Τρίτη 26 Ιουλίου 2022

JOSÉ JOAQUÍN OLMEDO LA VICTORIA DE JUNÍN Canto a Bolívar El trueno horrendo que en fragor revienta y sordo retumbando se dilata por la inflamada esfera, al Dios anuncia que en el cielo impera. Y el rayo que en Junín rompe y ahuyenta 5 la hispana muchedumbre que, más feroz que nunca, amenazaba, a sangre y fuego, eterna servidumbre, y el canto de victoria que en ecos mil discurre, ensordeciendo 10 el hondo valle y enriscada cumbre, proclaman a Bolívar en la tierra árbitro de la paz y de la guerra. Las soberbias pirámides que al cielo el arte humano osado levantaba 15 para hablar a los siglos y naciones -templos do esclavas manos deificaban en pompa a sus tiranos-, ludibrio son del tiempo, que con su ala débil, las toca y las derriba al suelo, 20 después que en fácil juego el fugaz viento borró sus mentirosas inscripciones; y bajo los escombros, confundido entre la sombra del eterno olvido -¡oh de ambición y de miseria ejemplo!- 25 el sacerdote yace, el dios y el templo. Mas los sublimes montes, cuya frente a la región etérea se levanta, que ven las tempestades a su planta brillar, rugir, romperse, disiparse, 30 los Andes, las enormes, estupendas moles sentadas sobre bases de oro, la tierra con su peso equilibrando, jamás se moverán. Ellos, burlando de ajena envidia y del protervo tiempo 35 la furia y el poder, serán eternos de libertad y de victoria heraldos, que con eco profundo, a la postrema edad dirán del mundo: «Nosotros vimos de Junín el campo, 40 vimos que al desplegarse del Perú y de Colombia las banderas, se turban las legiones altaneras, huye el fiero español despavorido, o pide paz rendido. 45 Venció Bolívar, el Perú fue libre, y en triunfal pompa Libertad sagrada en el templo del Sol fue colocada.» ¿Quién me dará templar el voraz fuego en que ardo todo yo? Trémula, incierta, 50 torpe la mano va sobre la lira dando discorde son. ¿Quién me liberta del dios que me fatiga...? Siento unas veces la rebelde Musa, cual bacante en furor, vagar incierta 55 por medio de las plazas bulliciosas, o sola por las selvas silenciosas, o las risueñas playas que manso lame el caudaloso Guayas; otras el vuelo arrebatada tiende 60 sobre los montes, y de allí desciende al campo de Junín, y ardiendo en ira, los numerosos escuadrones mira, que el odiado pendón de España arbolan, y en cristado morrión y peto armada, 65 cual amazona fiera, se mezcla entre las filas la primera de todos los guerreros, y a combatir con ellos se adelanta, triunfa con ellos y sus triunfos canta. 70 Tal en los siglos de virtud y gloria, donde el guerrero sólo y el poeta eran dignos de honor y de memoria, la musa audaz de Píndaro divino, cual intrépido atleta, 75 en inmortal porfía al griego estadio concurrir solía; y en estro hirviendo y en amor de fama y del metro y del número impaciente, pulsa su lira de oro sonorosa 80 y alto asiento concede entre los dioses al que fuera en la lid más valeroso, o al más afortunado; pero luego, envidiosa de la inmortalidad que les ha dado, 85 ciega se lanza al circo polvoroso, las alas rapidísimas agita y al carro vencedor se precipita, y desatando armónicos raudales pide, disputa, gana, 90 o arrebata la palma a sus rivales. ¿Quién es aquel que el paso lento mueve sobre el collado que a Junín domina? ¿que el campo desde allí mide, y el sitio del combatir y del vencer desina? 95 ¿que la hueste contraría observa, cuenta, y en su mente la rompe y desordena, y a los más bravos a morir condena, cual águila caudal que se complace del alto cielo en divisar la presa 100 que entre el rebaño mal segura pace? ¿Quién el que ya desciende pronto y apercibido a la pelea? Preñada en tempestades le rodea nube tremenda; el brillo de su espada 105 es el vivo reflejo de la gloria; su voz un trueno, su mirada un rayo. ¿Quién aquél que al trabarse la batalla, ufano como nuncio de victoria, un corcel impetuoso fatigando, 110 discurre sin cesar por toda parte...? ¿Quién sino el hijo de Colombia y Marte? Sonó su voz: «Peruanos, mirad allí los duros opresores de vuestra patria; bravos Colombianos 115 en cien crudas batallas vencedores, mirad allí los enemigos fieros que buscando venís desde Orinoco: suya es la fuerza y el valor es vuestro, vuestra será la gloria; 120 pues lidiar con valor y por la patria es el mejor presagio de victoria. Acometed, que siempre de quien se atreve más el triunfo ha sido; quien no espera vencer, ya está vencido.» 125 Dice, y al punto, cual fugaces carros, que dada la señal, parten y en densos de arena y polvo torbellinos ruedan, arden los ejes, se estremece el suelo, estrépito confuso asorda el cielo, 130 y en medio del afán cada cual teme que los demás adelantarse puedan: así los ordenados escuadrones que del iris reflejan los colores o la imagen del sol en sus pendones, 135 se avanzan a la lid. ¡Oh! ¡quién temiera, quién, que su ímpetu mismo los perdiera! ¡Perderse! no, jamás; que en la pelea los arrastra y anima e importuna de Bolívar el genio y la fortuna. 140 Llama improviso al bravo Necochea, y mostrándole el campo, partir, acometer, vencer le manda, y el guerrero esforzado, otra vez vencedor, y otra cantado, 145 dentro en el corazón por patria jura cumplir la orden fatal, y a la victoria o a noble y cierta muerte se apresura. Ya el formidable estruendo del atambor en uno y otro bando 150 y el son de las trompetas clamoroso, y el relinchar del alazán fogoso, que erguida la cerviz y el ojo ardiendo en bélico furor, salta impaciente do más se encruelece la pelea, 155 y el silbo de las balas, que rasgando el aire, llevan por doquier la muerte, y el choque asaz horrendo de selvas densas de ferradas picas, y el brillo y estridor de los aceros 160 que al sol reflectan sanguinosos visos, y espadas, lanzas, miembros esparcidos o en torrentes de sangre arrebatados, y el violento tropel de los guerreros que más feroces mientras más heridos, 165 dando y volviendo el golpe redoblado, mueren, mas no se rinden... todo anuncia que el momento ha llegado, en el gran libro del destino escrito, de la venganza al pueblo americano, 170 de mengua y de baldón al castellano. Si el fanatismo con sus furias todas, hijas del negro averno, me inflamara, y mi pecho y mi musa enardeciera en tartáreo furor, del león de España, 175 al ver dudoso el triunfo, me atreviera a pintar el rencor y horrible saña. Ruge atroz, y cobrando más fuerza en su despecho, se abalanza, abriéndose ancha calle entre las haces, 180 por medio el fuego y contrapuestas lanzas; rayos respira, mortandad y estrago, y sin pararse a devorar la presa, prosigue en su furor, y en cada huella deja de negra sangre un hondo lago. 185 En tanto el Argentino valeroso recuerda que vencer se le ha mandado, y no ya cual caudillo, cual soldado los formidables ímpetus contiene y uno en contra de ciento se sostiene, 190 como tigre furiosa de rabiosos mastines acosada, que guardan el redil, mata, destroza, ahuyenta sus contrarios, y aunque herida, sale con la victoria y con la vida. 195 Oh capitán valiente, blasón ilustre de tu ilustre patria, no morirás, tu nombre eternamente en nuestros fastos sonará glorioso, y bellas ninfas de tu Plata undoso 200 a tu gloria darán sonoro canto y a tu ingrato destino acerbo llanto. Ya el intrépido Miller aparece y el desigual combate restablece. Bajo su mando ufana 205 marchar se ve la juventud peruana ardiente, firme, a perecer resuelta, si acaso el hado infiel vencer le niega. En el arduo conflicto opone ciega a los adversos dardos firmes pechos, 210 y otro nombre conquista con sus hechos. ¿Son ésos los garzones delicados entre seda y aromas arrullados? ¿los hijos del placer son esos fieros? Sí, que los que antes desatar no osaban 215 los dulces lazos de jazmín y rosa con que amor y placer los enredaban, hoy ya con mano fuerte la cadena quebrantan ponderosa que ató sus pies, y vuelan denodados 220 a los campos de muerte y gloria cierta, apenas la alta fama los despierta de los guerreros que su cara patria en tres lustros de sangre libertaron, y apenas el querido 225 nombre de libertad su pecho inflama, y de amor patrio la celeste llama prende en su corazón adormecido. Tal el joven Aquiles que en infame disfraz y en ocio blando 230 de lánguidos suspiros, los destinos de Grecia dilatando, vive cautivo en la beldad de Sciros: los ojos pace en el vistoso alarde de arreos y de galas femeniles 235 que de India y Tiro y Menfis opulenta curiosos mercadantes le encarecen; mas a su vista apenas resplandecen pavés, espada y yelmo, que entre gasas el Itacense astuto le presenta, 240 pásmase... se recobra, y con violenta mano el templado acero arrebatando, rasga y arroja las indignas tocas, parte, traspasa el mar y en la troyana arena muerte, asolación, espanto 245 difunde por doquier; todo le cede... aun Héctor retrocede... y cae al fin, y en derredor tres veces su sangriento cadáver profanado, al veloz carro atado 250 del vencedor inexorable y duro, el polvo barre del sagrado muro. Ora mi lira resonar debía del nombre y las hazañas portentosas de tantos capitanes, que este día 255 la palma del valor se disputaron digna de todos... Carvajal... y Silva... y Suárez... y otros mil... Mas de improviso la espada de Bolívar aparece y a todos los guerreros, 260 como el sol a los astros, oscurece. Yo acaso más osado le cantara, si la meonia Musa me prestara la resonante trompa que otro tiempo cantaba al crudo Marte entre los Traces, 265 bien animando las terribles haces, bien los fieros caballos, que la lumbre de la égida de Palas espantaba. Tal el héroe brillaba por las primeras filas discurriendo. 270 Se oye su voz, su acero resplandece, do más la pugna y el peligro crece. Nada le puede resistir... Y es fama. -¡oh portento inaudito! que el bello nombre de Colombia escrito 275 sobre su frente, en torno despedía rayos de luz tan viva y refulgente que, deslumbrado el español, desmaya, tiembla, pierde la voz, el movimiento, sólo para la fuga tiene aliento. 280 Así cuando en la noche algún malvado va a descargar el brazo levantado, si de improviso lanza un rayo el cielo, se pasma y el puñal trémulo suelta, hielo mortal a su furor sucede, 285 tiembla y horrorizado retrocede. Ya no hay más combatir. El enemigo el campo todo y la victoria cede; huye cual ciervo herido, y a donde huye, allí encuentra la muerte. Los caballos 290 que fueron su esperanza en la pelea, heridos, espantados, por el campo o entre las filas vagan, salpicando el suelo en sangre que su crin gotea, derriban al jinete, lo atropellan, 295 y las catervas van despavoridas, o unas en otras con terror se estrellan. Crece la confusión, crece el espanto, y al impulso del aire, que vibrando sube en clamores y alaridos lleno, 300 tremen las cumbres que respeta el trueno. Y discurriendo el vencedor en tanto por cimas de cadáveres y heridos, postra al que huye, perdona a los rendidos Padre del universo, Sol radioso, 305 dios del Perú, modera omnipotente el ardor de tu carro impetüoso, y no escondas tu luz indeficiente... Una hora más de luz... -Pero esta hora no fue la del destino. El dios oía 310 el voto de su pueblo; y de la frente el cerco de diamante desceñía. En fugaz rayo el horizonte dora, en mayor disco menos luz ofrece y veloz tras los Andes se oscurece. 315 Tendió su manto lóbrego la noche: y las reliquias del perdido bando, con sus tristes y atónitos caudillos, corren sin saber dónde, espavoridas, y de su sombra misma se estremecen; 320 y al fin en las tinieblas ocultando su afrenta y su pavor, desaparecen. ¡Victoria por la patria! ¡oh Dios, victoria! ¡Triunfo a Colombia y a Bolívar gloria! Ya el ronco parche y el clarín sonoro 325 no a presagiar batalla y muerte suena ni a enfurecer las almas, mas se estrena en alentar el bullicioso coro de vivas y patrióticas canciones. Arden cien pinos, y a su luz, las sombras 330 huyeron, cual poco antes desbandadas huyeron de la espada de Colombia las vandálicas huestes debeladas. En torno de la lumbre, el nombre de Bolívar repitiendo 335 y las hazañas de tan claro día, los jefes y la alegre muchedumbre consumen en acordes libaciones de Baco y Ceres los celestes dones. «Victoria, paz -clamaban-, 340 paz para siempre. Furia de la guerra, húndete al hondo averno derrocada. Ya cesa el mal y el llanto de la tierra. Paz para siempre. La sanguínea espada, o cubierta de orín ignominioso, 345 o en el útil arado transformada nuevas leyes dará. Las varias gentes del mundo, que a despecho de los cielos y del ignoto ponto proceloso, abrió a Colón su audacia o su codicia, 350 todas ya para siempre recobraron en Junín libertad, gloria y reposo.» «Gloria, mas no reposo» -de repente clamó una voz de lo alto de los cielos-; y a los ecos los ecos por tres veces 355 «Gloria, mas no reposo», respondieron. El suelo tiembla, y cual fulgentes faros, de los Andes las cúspides ardieron; y de la noche el pavoroso manto se transparenta y rásgase y el éter 360 allá lejos purísimo aparece, y en rósea luz bañado resplandece. Cuando improviso, veneranda Sombra, en faz serena y ademán augusto, entre cándidas nubes se levanta: 365 del hombro izquierdo nebuloso manto pende, y su diestra aéreo cetro rige; su mirar noble, pero no sañudo; y nieblas figuraban a su planta penacho, arco, carcaj, flechas y escudo; 370 una zona de estrellas glorificaba en derredor su frente y la borla imperial de ella pendiente. Miró a Junín, y plácida sonrisa vagó sobre su faz. «Hijos -decía- 375 generación del sol afortunada, que con placer yo puedo llamar mía, yo soy Huayna-Cápac, soy el postrero del vástago sagrado; dichoso rey, mas padre desgraciado. 380 De esta mansión de paz y luz he visto correr las tres centurias de maldición, de sangre y servidumbre y el imperio regido por las Furias. No hay punto en estos valles y estos cerros 385 que no mande tristísimas memorias. Torrentes mil de sangre se cruzaron aquí y allí; las tribus numerosas al ruido del cañón se disiparon, y los restos mortales de mi gente 390 aun a las mismas rocas fecundaron. Más allá un hijo expira entre los hierros de su sagrada majestad indignos... Un insolente y vil aventurero y un iracundo sacerdote fueron 395 de un poderoso Rey los asesinos... ¡Tantos horrores y maldades tantas por el oro que hollaban nuestras plantas! Y mi Huáscar también... ¡Yo no vivía! Que de vivir, lo juro, bastaría, 400 sobrara a debelar la hidra española ésta mi diestra triunfadora, sola. Y nuestro suelo, que ama sobre todos el Sol mi padre, en el estrago fiero no fue, ¡oh dolor!, ni el solo, ni el primero: 405 que mis caros hermanos el gran Guatimozín y Motezuma conmigo el caso acerbo lamentaron de su nefaria muerte y cautiverio, y la devastación del grande imperio, 410 en riqueza y poder igual al mío... Hoy, con noble desdén, ambos recuerdan el ultraje inaudito, y entre fiestas alevosas el dardo prevenido y el lecho en vivas ascuas encendido. 415 ¡Guerra al usurpador! -¿Qué le debemos? ¿luces, costumbres, religión o leyes...? ¡Si ellos fueron estúpidos, viciosos, feroces y por fin supersticiosos! ¿Qué religión? ¿la de Jesús?... ¡Blasfemos! 420 Sangre, plomo veloz, cadenas fueron los sacramentos santos que trajeron. ¡Oh religión! ¡oh fuente pura y santa de amor y de consuelo para el hombre! ¡cuántos males se hicieron en tu nombre! 425 ¿Y qué lazos de amor...? Por los oficios de la hospitalidad más generosa hierros nos dan, por gratitud, suplicios. Todos, sí, todos; menos uno sólo: el mártir del amor americano, 430 de paz, de caridad apóstol santo, divino Casas, de otra patria digno; nos amó hasta morir. Por tanto ahora en el empíreo entre los Incas mora. En tanto la hora inevitable vino 435 que con diamante señaló el destino a la venganza y gloria de mi pueblo: y se alza el vengador. Desde otros mares, como sonante tempestad, se acerca, y fulminó; y del Inca en la Peana, 440 que el tiempo y un poder furial profana, cual de un dios irritado en los altares, las víctimas cayeron a millares. «¡Oh campos de Junín!... ¡Oh predilecto Hijo y Amigo y Vengador del Inca! 445 ¡Oh pueblos, que formáis un pueblo sólo y una familia, y todos sois mis hijos! vivid, triunfad...» El Inca esclarecido iba a seguir, mas de repente queda 450 en éxtasis profundo embebecido: atónito, en el cielo ambos ojos inmóviles ponía, y en la improvisa inspiración absorto, la sombra de una estatua parecía. 455 Cobró la voz al fin. «Pueblos -decía- la página fatal ante mis ojos desenvolvió el destino, salpicada toda en purpúrea sangre, mas en torno también en bello resplandor bañada. 460 Jefe de mi nación, nobles guerreros, oíd cuanto mi oráculo os previene, y requerid los ínclitos aceros, y en vez de cantos nueva alarma suene; que en otros campos de inmortal memoria 465 la Patria os pide, y el destino os manda otro afán, nueva lid, mayor victoria.» Las legiones atónitas oían: mas luego que se anuncia otro combate, se alzan, arman, y al orden de batalla 470 ufanas y prestísimas corrieran y ya de acometer la voz esperan. Reina el silencio; mas de su alta nube el Inca exclama: «De ese ardor es digna la ardua lid que os espera; 475 ardua, terrible, pero al fin postrera. Ese adalid vencido vuela en su fuga a mi sagrada Cuzco, y en su furia insensata, gentes, armas, tesoros arrebata, 480 y a nuevo azar entrega su fortuna; venganza, indignación, furor le inflaman y allá en su pecho hirvieron, como fuegos que de un volcán en las entrañas braman. Marcha; y el mismo campo donde ciegos 485 en sangrienta porfía los primeros tiranos disputaron cuál de ellos solo dominar debía -pues el poder y el oro dividido templar su ardiente fiebre no podía-, 490 en ese campo, que a discordia ajena debió su infausto nombre y la cadena que después arrastró todo el imperio, allí, no sin misterio, venganza y gloria nos darán los cielos. 495 ¡Oh valle de Ayacucho bienhadado! Campo serás de gloria y de venganza... Mas no sin sangre... ¡Yo me estremeciera si mi ser inmortal no lo impidiera! Allí Bolívar en su heroica mente 500 mayores pensamientos revolviendo, el nuevo triunfo trazará, y haciendo de su genio y poder un nuevo ensayo, al joven Sucre prestará su rayo, al joven animoso, 505 a quien del Ecuador montes y ríos dos veces aclamaron victorioso. Ya se verá en la frente del guerrero toda el alma del héroe reflejada, que él le quiso infundir de una mirada. 510 Como torrentes desde la alta cumbre al valle en mil raudales despeñados, vendrán los hijos de la infanda Iberia, soberbios en su fiera muchedumbre, cuando a su encuentro volará impaciente 515 tu juventud, Colombia belicosa, y la tuya, ¡oh Perú! de fama ansiosa, y el caudillo impertérrito a su frente. ¡Atroz, horrendo choque, de azar lleno! Cual aturde y espanta en su estallido 520 de hórrida tempestad el postrer trueno. Arder en fuego el aire, en humo y polvo oscurecerse el cielo y, con la sangre en que rebosa el suelo, se verá al Apurímac de repente 525 embravecer su rápida corriente. Mientras por sierras y hondos precipicios, a la hueste enemiga el impaciente Córdova fatiga, Córdova, a quien inflama 530 fuego de edad y amor de patria y fama, Córdova, en cuyas sienes con bello arte crecen y se entrelazan tu mirto, Venus, tus laureles, Marte. Con su Miller los Húsares recuerdan 535 el nombre de Junín, Vargas su nombre, y Vencedor el suyo con su Lara en cien hazañas cada cual más clara. Allá por otra parte, sereno, pero siempre infatigable, 540 terrible cual su nombre, batallando se presenta La Mar, y se apresura la tarda rota del protervo bando. Era su antiguo voto, por la patria combatir y morir; Dios complacido 545 combatir y vencer le ha concedido. Mártir del pundonor, he aquí tu día: ya la calumnia impía bajo tu pie bramando confundida, te sonríe la Patria agradecida; 550 y tu nombre glorioso, el armónico canto que resuena en las floridas margenes del Guayas que por oírlo su corriente enfrena, se mezclará, y el pecho de tu amigo, 555 tus hazañas cantando y tu ventura, palpitará de gozo y de ternura. Lo grande y peligroso hiela al cobarde, irrita al animoso. ¡Qué intrepidez! ¡qué súbito coraje 560 el brazo agita y en el pecho prende del que su patria y libertad defiende! El menor resistir es nuevo ultraje. El jinete impetuoso, el fulmíneo arcabuz de sí arrojando, 565 lánzase a tierra con el hierro en mano, pues le parece en trance tan dudoso lento el caballo, perezoso el plomo. Crece el ardor. Ya cede en toda parte el número al valor, la fuerza al arte. 570 Y el Ibero arrogante en las memorias de sus pasadas glorias, firme, feroz resiste, ya en idea, bajo triunfales arcos, que alzar debe la sojuzgada Lima, se pasea. 575 Mas su afán, su ilusión, sus artes... nada; ni la resuelta y numerosa tropa le sirve. Cede al ímpetu tremendo; y el arma de Baylén rindió cayendo el vencedor del vencedor de Europa. 580 Perdió el valor, mas no las iras pierde, y en furibunda rabia el polvo muerde; alza el párpado grave, y sanguinosos ruedan sus ojos y sus dientes crujen; mira la luz, se indigna de mirarla, 585 acusa, insulta al cielo, y de sus labios cárdenos, espumosos, votos y negra sangre y hiel brotando, en vano un vengador muere invocando. ¡Ah! ya diviso míseras reliquias, 590 con todos sus caudillos humillados, venir pidiendo paz; y generoso, en nombre de Bolívar y la Patria, no se la niega el Vencedor glorioso, y su triunfo sangriento 595 con el ramo feliz de paz corona. Que si Patria y honor le arman la mano arde en venganza el pecho americano, y cuando vence, todo lo perdona. Las voces, el clamor de los que vencen, 600 y de Quinó las ásperas montañas y los cóncavos senos de la tierra y los ecos sin fin de la ardua sierra, todos repiten sin cesar: ¡Victoria! Y las bullentes linfas de Apurímac 605 a las fugaces linfas de Ucayale se unen, y unidas, llevan presurosas, en sonante murmullo y alba espuma, con palmas en las manos y coronas, esta nueva feliz al Amazonas. 610 Y el espléndido rey al punto ordena a sus delfines, ninfas y sirenas que, en clamorosos plácidos cantares, tan gran victoria anuncien a los mares. ¡Salud, oh Vencedor! ¡oh Sucre! vence, 615 y de nuevo laurel orla tu frente; alta esperanza de tu insigne patria, como la palma al margen de un torrente crece tu nombre..., y sola, en este día tu gloria, sin Bolívar, brillaría. 620 Tal se ve Héspero arder en su carrera, que del nocturno cielo suyo el imperio sin la luna fuera. Por las manos de Sucre la Victoria ciñe a Bolívar lauro inmarcesible. 625 ¡Oh Triunfador! la palma de Ayacucho, fatiga eterna al bronce de la Fama, segunda vez Libertador te aclama. Esta es la hora feliz. Desde aquí empieza la nueva edad al Inca prometida 630 de libertad, de paz y de grandeza. Rompiste la cadena aborrecida, la rebelde serviz hispana hollaste, grande gloria alcanzaste; pero mayor te espera, si a mi Pueblo, 635 así cual a la guerra lo conformas y a conquistar su libertad le empeñas, la rara y ardua ciencia de merecer la paz y vivir libre, con voz y ejemplo y con poder le enseñas, 640 Yo con riendas de seda regí el pueblo, y cual padre le amé, mas no quisiera que el cetro de los Incas renaciera; que ya se vio algún Inca, que teniendo el terrible poder todo en su mano, 645 comenzó padre y acabó tirano. Yo fui conquistador, ya me avergüenzo del glorioso y sangriento ministerio, pues un conquistador, el más humano, formar, mas no regir debe un imperio. 650 Por no trillada senda, de la gloria al templo vuelas, ínclito Bolívar: que ese poder tremendo que te fía de los Padres el íntegro senado, si otro tiempo perder a Roma pudo, 655 en su potente mano es a la Libertad del Pueblo escudo. ¡Oh Libertad! el Héroe que podía ser el brazo de Marte sanguinario, ése es tu sacerdote más celoso, 660 y el primero que toma el incensario y a tus aras se inclina silencioso. ¡Oh Libertad! si al pueblo americano la solemne misión ha dado el cielo de domeñar el monstruo de la guerra 665 y dilatar tu imperio soberano por las regiones todas de la tierra y por las ondas todas de los mares, no temas, con este héroe, que algún día eclipse el ciego error tus resplandores, 670 superstición profane tus altares, ni que insulte tu ley la tiranía; ya tu imperio y tu culto son eternos. Y cual restauras en su antigua gloria del santo y poderoso 675 Pacha-Cámac el templo portentoso, tiempo vendrá, mi oráculo no miente, en que darás a pueblos destronados su majestad ingénita y su solio, animarás las ruinas de Cartago, 680 relevarás en Grecia el Areópago, y en la humillada Roma el Capitolio. Tuya será, Bolívar, esta gloria, tuya romper el yugo de los reyes y, a su despecho, entronizar las leyes; 685 y la discordia en áspides crinada, por tu brazo en cien nudos aherrojada, ante los haces santos confundidas harás temblar las armas parricidas. Ya las hondas entrañas de la tierra 690 en larga vena ofrecen el tesoro que en ellas guarda el Sol, y nuestros montes los valles regarán con lava de oro. Y el Pueblo primogénito dichoso de Libertad, que sobre todo tanto 695 por su poder y gloria se enaltece, como entre sus estrellas, la estrella de Virginia resplandece, nos da el ósculo santo de amistad fraternal. Y las naciones 700 del remoto hemisferio celebrado, al contemplar el vuelo arrebatado de nuestras musas y artes, como iguales amigos nos saludan; con el tridente abriendo la carrera, 705 la Reina de los mares, la primera. Será perpetua, ¡oh pueblos! esta gloria y vuestra libertad incontrastable contra el poder y liga detestable de todos los tiranos conjurados 710 si en lazo federal, de polo a polo, en la guerra y la paz vivís unidos; vuestra fuerza es la unión. Unión, ¡oh pueblos! para ser libres y jamás vencidos. Esta unión, este lazo poderoso 715 la gran cadena de los Andes sea, que en fortísimo enlace, se dilatan del uno al otro mar. Las tempestades del cielo ardiendo en fuego se arrebatan, erupciones volcánicas arrasan 720 campos, pueblos, vastísimas regiones, y amenazan horrendas convulsiones el globo destrozar desde el profundo; ellos, empero, firmes y serenos ven el estrago funeral del mundo. 725 Esta es, Bolívar, aun mayor hazaña que destrozar el férreo cetro a España, y es digna de ti solo; en tanto, triunfa... Ya se alzan los magníficos trofeos y tu nombre, aclamado 730 por las vecinas y remotas gentes en lenguas, voces, metros diferentes, recorrerá la serie de los siglos en las alas del canto arrebatado Y en medio del concento numeroso 735 la voz del Guayas crece y a las más resonantes enmudece. Tú la salud y honor de nuestro pueblo serás viviendo, y Ángel poderoso que lo proteja, cuando 740 tarde al empíreo el vuelo arrebatares y entre los claros Incas a la diestra de Manco te sentares. Así place al destino, ¡Oh! ved al cóndor, al peruviano rey del pueblo aerio, 745 a quien ya cede el águila el imperio, vedle cuál desplegando en nuevas galas las espléndidas alas, sublime a la región del sol se eleva y el alto augurio que os revelo aprueba. 750 Marchad, marchad, guerreros, y apresurad el día de la gloria; que en la fragosa margen de Apurímac con palmas os espera la victoria». Dijo el Inca; y las bóvedas etéreas 755 de par en par se abrieron, en viva luz y resplandor brillaron y en celestiales cantos resonaron. Era el coro de cándidas Vestales, las vírgenes del Sol, que rodeando 760 al Inca como a Sumo Sacerdote, en gozo santo y ecos virginales en torno van cantando del Sol las alabanzas inmortales. «Alma eterna del mundo, 765 dios santo del Perú, Padre del Inca, en tu giro fecundo gózate sin cesar, Luz bienhechora viendo ya libre el pueblo que te adora. La tiniebla de sangre y servidumbre 770 que ofuscaba la lumbre de tu radiante faz pura y serena se disipó, y en cantos se convierte la querella de muerte y el ruido antiguo de servil cadena. 775 Aquí la Libertad buscó un asilo, amable peregrina, y ya lo encuentra plácido y tranquilo, y aquí poner la diosa quiere su templo y ara milagrosa; 780 aquí olvidada de su cara Helvecia, se viene a consolar de la ruina y en todos sus oráculos proclama que al Madalén y al Rímac bullicioso ya sobre el Tíber y el Eurotas ama. 785 ¡Oh Padre! ¡oh claro Sol! no desampares este suelo jamás, ni estos altares. Tu vivífico ardor todos los seres anima y reproduce: por ti viven y acción, salud, placer, beldad reciben. 790 Tú al labrador despiertas y a las aves canoras en tus primeras horas, y son tuyos sus cantos matinales; por ti siente el guerrero 795 en amor patrio enardecida el alma, y al pie de tu ara rinde placentero su laurel y su palma, y tuyos son sus cánticos marciales. Fecunda, ¡oh Sol! tu tierra, 800 y los males repara de la guerra. Da a nuestros campos frutos abundosos, aunque niegues el brillo a los metales, da naves a los puertos, pueblos a los desiertos, 805 a las armas victoria, alas al genio y a las Musas gloria. Dios del Perú, sostén, salva, conforta el brazo que te venga, no para nuevas lides sanguinosas, 810 que miran con horror madres y esposas, sino para poner a olas civiles límites ciertos, y que en paz florezcan de la alma paz los dones soberanos, y arredre a sediciosos y a tiranos. 815 Brilla con nueva luz, Rey de los cielos, brilla con nueva luz en aquel día del triunfo que magnífica prepara a su Libertador la patria mía. ¡Pompa digna del Inca y del imperio 820 que hoy de su ruina a nuevo ser revive! Abre tus puertas, opulenta Lima, abate tus murallas y recibe al noble triunfador que rodeado de pueblos numerosos, y aclamado 825 Ángel de la esperanza y Genio de la paz y de la gloria, en inefable majestad avanza. Las musas y las artes revolando en torno van del carro esplendoroso, 830 y los pendones patrios vencedores al aire vago ondean, ostentando del sol la imagen, de iris los colores. Y en ágil planta y en gentiles formas dando al viento el cabello desparcido, 835 de flores matizado. cual las horas del sol, raudas y bellas, saltan en derredor lindas doncellas en giro no estudiado; las glorias de su patria 840 en sus patrios cantares celebrando y en sus pulidas manos levantando, albos y tersos como el seno de ellas cien primorosos vasos de alabastro que espiran fragantísimos aromas, 845 y de su centro se derrama y sube por los cerúleos ámbitos del cielo de ondoso incienso transparente nube, Cierran la Pompa espléndidos trofeos y por delante en larga serie marchan 850 humildes confundidos los pueblos y los jefes ya vencidos: allá procede el Ástur belicoso, allí va el Catalán infatigable y el agreste Celtíbero indomable 855 y el Cántabro feroz, que a la romana cadena el cuello sujetó el postrero, y el Andaluz liviano y el adusto, severo Castellano; ya el áureo Tajo cetro y nombre cede, 860 y las que antes, graciosas fueron honor del fabuloso suelo, Ninfas del Tormes y el Genil, en duelo se esconden silenciosas; y el grande Betis viendo ya marchita 865 su sacra oliva, menos orgulloso, paga su antiguo feudo al mar undoso. El sol suspenso en la mitad del cielo aplaudirá esta pompa -¡Oh Sol! ¡oh Padre! tu luz rompa y disipe 870 las sombras del antiguo cautiverio, tu luz nos dé el imperio, tu luz la libertad nos restituya; tuya es la tierra y la victoria es tuya». Cesó el canto; los cielos aplaudieron 875 y en plácido fulgor resplandecieron. Todos quedan atónitos; y en tanto tras la dorada nube el Inca santo y las santas Vestales se escondieron. Mas ¿cuál audacia te elevó a los cielos, 880 humilde musa mía? ¡Oh! no reveles a los seres mortales en débil canto, arcanos celestiales. Y ciñan otros la apolínea rama y siéntense a la mesa de los dioses, 885 y los arrulle la parlera fama, que es la gloria y tormento de la vida; yo volveré a mi flauta conocida, libre vagando por el bosque umbrío de naranjos y opacos tamarindos, 890 o entre el rosal pintado y oloroso que matiza la margen de mi río, o entre risueños campos, do en pomposo trono piramidal y alta corona, la piña ostenta el cetro de Pomona, 895 y me diré feliz si mereciere, el colgar esta lira en que he cantado en tono menos dino la gloria y el destino del venturoso pueblo americano, 900 yo me diré feliz si mereciere por premio a mi osadía una mirada tierna de las Gracias y el aprecio y amor de mis hermanos, una sonrisa de la Patria mía, 905 y el odio y el furor de los tiranos.

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