Τρίτη 26 Ιουλίου 2022

ΧΟΣΕ ΧΟΑΚΙΝ ΔΕ ΟΛΜΕΔΟ

 



JOSÉ JOAQUÍN DE OLMEDO

 

LA VICTORIA DE JUNÍN

Canto a Bolívar






   El trueno horrendo que en fragor revienta




y sordo retumbando se dilata




por la inflamada esfera,




al Dios anuncia que en el cielo impera.






    Y el rayo que en Junín rompe y ahuyenta

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la hispana muchedumbre




que, más feroz que nunca, amenazaba,




a sangre y fuego, eterna servidumbre,




y el canto de victoria




que en ecos mil discurre, ensordeciendo

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el hondo valle y enriscada cumbre,




proclaman a Bolívar en la tierra




árbitro de la paz y de la guerra.






   Las soberbias pirámides que al cielo




el arte humano osado levantaba

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para hablar a los siglos y naciones




-templos do esclavas manos




deificaban en pompa a sus tiranos-,




ludibrio son del tiempo, que con su ala




débil, las toca y las derriba al suelo,

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después que en fácil juego el fugaz viento




borró sus mentirosas inscripciones;




y bajo los escombros, confundido




entre la sombra del eterno olvido




-¡oh de ambición y de miseria ejemplo!-

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el sacerdote yace, el dios y el templo.




Mas los sublimes montes, cuya frente




a la región etérea se levanta,




que ven las tempestades a su planta




brillar, rugir, romperse, disiparse,

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los Andes, las enormes, estupendas




moles sentadas sobre bases de oro,




la tierra con su peso equilibrando,




jamás se moverán. Ellos, burlando




de ajena envidia y del protervo tiempo

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la furia y el poder, serán eternos




de libertad y de victoria heraldos,




que con eco profundo,




a la postrema edad dirán del mundo:






   «Nosotros vimos de Junín el campo,

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vimos que al desplegarse




del Perú y de Colombia las banderas,




se turban las legiones altaneras,




huye el fiero español despavorido,




o pide paz rendido.

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Venció Bolívar, el Perú fue libre,




y en triunfal pompa Libertad sagrada




en el templo del Sol fue colocada.»






   ¿Quién me dará templar el voraz fuego




en que ardo todo yo? Trémula, incierta,

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torpe la mano va sobre la lira




dando discorde son. ¿Quién me liberta




del dios que me fatiga...?






   Siento unas veces la rebelde Musa,




cual bacante en furor, vagar incierta

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por medio de las plazas bulliciosas,




o sola por las selvas silenciosas,




o las risueñas playas




que manso lame el caudaloso Guayas;




otras el vuelo arrebatada tiende

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sobre los montes, y de allí desciende




al campo de Junín, y ardiendo en ira,




los numerosos escuadrones mira,




que el odiado pendón de España arbolan,




y en cristado morrión y peto armada,

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cual amazona fiera,




se mezcla entre las filas la primera




de todos los guerreros,




y a combatir con ellos se adelanta,




triunfa con ellos y sus triunfos canta.

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   Tal en los siglos de virtud y gloria,




donde el guerrero sólo y el poeta




eran dignos de honor y de memoria,




la musa audaz de Píndaro divino,




cual intrépido atleta,

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en inmortal porfía




al griego estadio concurrir solía;




y en estro hirviendo y en amor de fama




y del metro y del número impaciente,




pulsa su lira de oro sonorosa

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y alto asiento concede entre los dioses




al que fuera en la lid más valeroso,




o al más afortunado;




pero luego, envidiosa




de la inmortalidad que les ha dado,

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ciega se lanza al circo polvoroso,




las alas rapidísimas agita




y al carro vencedor se precipita,




y desatando armónicos raudales




pide, disputa, gana,

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o arrebata la palma a sus rivales.






   ¿Quién es aquel que el paso lento mueve




sobre el collado que a Junín domina?




¿que el campo desde allí mide, y el sitio




del combatir y del vencer desina?

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¿que la hueste contraría observa, cuenta,




y en su mente la rompe y desordena,




y a los más bravos a morir condena,




cual águila caudal que se complace




del alto cielo en divisar la presa

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que entre el rebaño mal segura pace?




¿Quién el que ya desciende




pronto y apercibido a la pelea?




Preñada en tempestades le rodea




nube tremenda; el brillo de su espada

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es el vivo reflejo de la gloria;




su voz un trueno, su mirada un rayo.




¿Quién aquél que al trabarse la batalla,




ufano como nuncio de victoria,




un corcel impetuoso fatigando,

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discurre sin cesar por toda parte...?




¿Quién sino el hijo de Colombia y Marte?






   Sonó su voz: «Peruanos,




mirad allí los duros opresores




de vuestra patria; bravos Colombianos

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en cien crudas batallas vencedores,




mirad allí los enemigos fieros




que buscando venís desde Orinoco:




suya es la fuerza y el valor es vuestro,




vuestra será la gloria;

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pues lidiar con valor y por la patria




es el mejor presagio de victoria.




Acometed, que siempre




de quien se atreve más el triunfo ha sido;




quien no espera vencer, ya está vencido.»

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   Dice, y al punto, cual fugaces carros,




que dada la señal, parten y en densos




de arena y polvo torbellinos ruedan,




arden los ejes, se estremece el suelo,




estrépito confuso asorda el cielo,

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y en medio del afán cada cual teme




que los demás adelantarse puedan:




así los ordenados escuadrones




que del iris reflejan los colores




o la imagen del sol en sus pendones,

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se avanzan a la lid. ¡Oh! ¡quién temiera,




quién, que su ímpetu mismo los perdiera!






   ¡Perderse! no, jamás; que en la pelea




los arrastra y anima e importuna




de Bolívar el genio y la fortuna.

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Llama improviso al bravo Necochea,




y mostrándole el campo,




partir, acometer, vencer le manda,




y el guerrero esforzado,




otra vez vencedor, y otra cantado,

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dentro en el corazón por patria jura




cumplir la orden fatal, y a la victoria




o a noble y cierta muerte se apresura.






   Ya el formidable estruendo




del atambor en uno y otro bando

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y el son de las trompetas clamoroso,




y el relinchar del alazán fogoso,




que erguida la cerviz y el ojo ardiendo




en bélico furor, salta impaciente




do más se encruelece la pelea,

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y el silbo de las balas, que rasgando




el aire, llevan por doquier la muerte,




y el choque asaz horrendo




de selvas densas de ferradas picas,




y el brillo y estridor de los aceros

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que al sol reflectan sanguinosos visos,




y espadas, lanzas, miembros esparcidos




o en torrentes de sangre arrebatados,




y el violento tropel de los guerreros




que más feroces mientras más heridos,

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dando y volviendo el golpe redoblado,




mueren, mas no se rinden... todo anuncia




que el momento ha llegado,




en el gran libro del destino escrito,




de la venganza al pueblo americano,

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de mengua y de baldón al castellano.






   Si el fanatismo con sus furias todas,




hijas del negro averno, me inflamara,




y mi pecho y mi musa enardeciera




en tartáreo furor, del león de España,

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al ver dudoso el triunfo, me atreviera




a pintar el rencor y horrible saña.




Ruge atroz, y cobrando




más fuerza en su despecho, se abalanza,




abriéndose ancha calle entre las haces,

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por medio el fuego y contrapuestas lanzas;




rayos respira, mortandad y estrago,




y sin pararse a devorar la presa,




prosigue en su furor, y en cada huella




deja de negra sangre un hondo lago.

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   En tanto el Argentino valeroso




recuerda que vencer se le ha mandado,




y no ya cual caudillo, cual soldado




los formidables ímpetus contiene




y uno en contra de ciento se sostiene,

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como tigre furiosa




de rabiosos mastines acosada,




que guardan el redil, mata, destroza,




ahuyenta sus contrarios, y aunque herida,




sale con la victoria y con la vida.

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   Oh capitán valiente,




blasón ilustre de tu ilustre patria,




no morirás, tu nombre eternamente




en nuestros fastos sonará glorioso,




y bellas ninfas de tu Plata undoso

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a tu gloria darán sonoro canto




y a tu ingrato destino acerbo llanto.






   Ya el intrépido Miller aparece




y el desigual combate restablece.




Bajo su mando ufana

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marchar se ve la juventud peruana




ardiente, firme, a perecer resuelta,




si acaso el hado infiel vencer le niega.




En el arduo conflicto opone ciega




a los adversos dardos firmes pechos,

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y otro nombre conquista con sus hechos.






   ¿Son ésos los garzones delicados




entre seda y aromas arrullados?




¿los hijos del placer son esos fieros?




Sí, que los que antes desatar no osaban

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los dulces lazos de jazmín y rosa




con que amor y placer los enredaban,




hoy ya con mano fuerte




la cadena quebrantan ponderosa




que ató sus pies, y vuelan denodados

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a los campos de muerte y gloria cierta,




apenas la alta fama los despierta




de los guerreros que su cara patria




en tres lustros de sangre libertaron,




y apenas el querido

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nombre de libertad su pecho inflama,




y de amor patrio la celeste llama




prende en su corazón adormecido.






   Tal el joven Aquiles




que en infame disfraz y en ocio blando

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de lánguidos suspiros,




los destinos de Grecia dilatando,




vive cautivo en la beldad de Sciros:




los ojos pace en el vistoso alarde




de arreos y de galas femeniles

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que de India y Tiro y Menfis opulenta




curiosos mercadantes le encarecen;




mas a su vista apenas resplandecen




pavés, espada y yelmo, que entre gasas




el Itacense astuto le presenta,

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pásmase... se recobra, y con violenta




mano el templado acero arrebatando,




rasga y arroja las indignas tocas,




parte, traspasa el mar y en la troyana




arena muerte, asolación, espanto

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difunde por doquier; todo le cede...




aun Héctor retrocede...




y cae al fin, y en derredor tres veces




su sangriento cadáver profanado,




al veloz carro atado

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del vencedor inexorable y duro,




el polvo barre del sagrado muro.






   Ora mi lira resonar debía




del nombre y las hazañas portentosas




de tantos capitanes, que este día

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la palma del valor se disputaron




digna de todos... Carvajal... y Silva...




y Suárez... y otros mil...  Mas de improviso




la espada de Bolívar aparece




y a todos los guerreros,

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como el sol a los astros, oscurece.






   Yo acaso más osado le cantara,




si la meonia Musa me prestara




la resonante trompa que otro tiempo




cantaba al crudo Marte entre los Traces,

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bien animando las terribles haces,




bien los fieros caballos, que la lumbre




de la égida de Palas espantaba.






   Tal el héroe brillaba




por las primeras filas discurriendo.

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Se oye su voz, su acero resplandece,




do más la pugna y el peligro crece.




Nada le puede resistir... Y es fama.




-¡oh portento inaudito!




que el bello nombre de Colombia escrito

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sobre su frente, en torno despedía




rayos de luz tan viva y refulgente




que, deslumbrado el español, desmaya,




tiembla, pierde la voz, el movimiento,




sólo para la fuga tiene aliento.

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   Así cuando en la noche algún malvado




va a descargar el brazo levantado,




si de improviso lanza un rayo el cielo,




se pasma y el puñal trémulo suelta,




hielo mortal a su furor sucede,

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tiembla y horrorizado retrocede.




Ya no hay más combatir. El enemigo




el campo todo y la victoria cede;




huye cual ciervo herido, y a donde huye,




allí encuentra la muerte. Los caballos

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que fueron su esperanza en la pelea,




heridos, espantados, por el campo




o entre las filas vagan, salpicando




el suelo en sangre que su crin gotea,




derriban al jinete, lo atropellan,

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y las catervas van despavoridas,




o unas en otras con terror se estrellan.






   Crece la confusión, crece el espanto,




y al impulso del aire, que vibrando




sube en clamores y alaridos lleno,

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tremen las cumbres que respeta el trueno.




Y discurriendo el vencedor en tanto




por cimas de cadáveres y heridos,




postra al que huye, perdona a los rendidos






   Padre del universo, Sol radioso,

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dios del Perú, modera omnipotente




el ardor de tu carro impetüoso,




y no escondas tu luz indeficiente...




Una hora más de luz... -Pero esta hora




no fue la del destino. El dios oía

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el voto de su pueblo; y de la frente




el cerco de diamante desceñía.




En fugaz rayo el horizonte dora,




en mayor disco menos luz ofrece




y veloz tras los Andes se oscurece.

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   Tendió su manto lóbrego la noche:




y las reliquias del perdido bando,




con sus tristes y atónitos caudillos,




corren sin saber dónde, espavoridas,




y de su sombra misma se estremecen;

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y al fin en las tinieblas ocultando




su afrenta y su pavor, desaparecen.






   ¡Victoria por la patria! ¡oh Dios, victoria!




¡Triunfo a Colombia y a Bolívar gloria!






   Ya el ronco parche y el clarín sonoro

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no a presagiar batalla y muerte suena




ni a enfurecer las almas, mas se estrena




en alentar el bullicioso coro




de vivas y patrióticas canciones.




Arden cien pinos, y a su luz, las sombras

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huyeron, cual poco antes desbandadas




huyeron de la espada de Colombia




las vandálicas huestes debeladas.






   En torno de la lumbre,




el nombre de Bolívar repitiendo

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y las hazañas de tan claro día,




los jefes y la alegre muchedumbre




consumen en acordes libaciones




de Baco y Ceres los celestes dones.






   «Victoria, paz -clamaban-,

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paz para siempre. Furia de la guerra,




húndete al hondo averno derrocada.




Ya cesa el mal y el llanto de la tierra.




Paz para siempre. La sanguínea espada,




o cubierta de orín ignominioso,

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o en el útil arado transformada




nuevas leyes dará. Las varias gentes




del mundo, que a despecho de los cielos




y del ignoto ponto proceloso,




abrió a Colón su audacia o su codicia,

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todas ya para siempre recobraron




en Junín libertad, gloria y reposo.»






   «Gloria, mas no reposo» -de repente




clamó una voz de lo alto de los cielos-;




y a los ecos los ecos por tres veces

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«Gloria, mas no reposo», respondieron.




El suelo tiembla, y cual fulgentes faros,




de los Andes las cúspides ardieron;




y de la noche el pavoroso manto




se transparenta y rásgase y el éter

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allá lejos purísimo aparece,




y en rósea luz bañado resplandece.




Cuando improviso, veneranda Sombra,




en faz serena y ademán augusto,




entre cándidas nubes se levanta:

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del hombro izquierdo nebuloso manto




pende, y su diestra aéreo cetro rige;




su mirar noble, pero no sañudo;




y nieblas figuraban a su planta




penacho, arco, carcaj, flechas y escudo;

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una zona de estrellas




glorificaba en derredor su frente




y la borla imperial de ella pendiente.






   Miró a Junín, y plácida sonrisa




vagó sobre su faz. «Hijos -decía-

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generación del sol afortunada,




que con placer yo puedo llamar mía,




yo soy Huayna-Cápac, soy el postrero




del vástago sagrado;




dichoso rey, mas padre desgraciado.

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De esta mansión de paz y luz he visto




correr las tres centurias




de maldición, de sangre y servidumbre




y el imperio regido por las Furias.






   No hay punto en estos valles y estos cerros

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que no mande tristísimas memorias.




Torrentes mil de sangre se cruzaron




aquí y allí; las tribus numerosas




al ruido del cañón se disiparon,




y los restos mortales de mi gente

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aun a las mismas rocas fecundaron.




Más allá un hijo expira entre los hierros




de su sagrada majestad indignos...




Un insolente y vil aventurero




y un iracundo sacerdote fueron

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de un poderoso Rey los asesinos...




¡Tantos horrores y maldades tantas




por el oro que hollaban nuestras plantas!






   Y mi Huáscar también... ¡Yo no vivía!




Que de vivir, lo juro, bastaría,

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sobrara a debelar la hidra española




ésta mi diestra triunfadora, sola.




Y nuestro suelo, que ama sobre todos




el Sol mi padre, en el estrago fiero




no fue, ¡oh dolor!, ni el solo, ni el primero:

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que mis caros hermanos




el gran Guatimozín y Motezuma




conmigo el caso acerbo lamentaron




de su nefaria muerte y cautiverio,




y la devastación del grande imperio,

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en riqueza y poder igual al mío...




Hoy, con noble desdén, ambos recuerdan




el ultraje inaudito, y entre fiestas




alevosas el dardo prevenido




y el lecho en vivas ascuas encendido.

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   ¡Guerra al usurpador! -¿Qué le debemos?




¿luces, costumbres, religión o leyes...?




¡Si ellos fueron estúpidos, viciosos,




feroces y por fin supersticiosos!




¿Qué religión? ¿la de Jesús?... ¡Blasfemos!

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Sangre, plomo veloz, cadenas fueron




los sacramentos santos que trajeron.




¡Oh religión! ¡oh fuente pura y santa




de amor y de consuelo para el hombre!




¡cuántos males se hicieron en tu nombre!

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¿Y qué lazos de amor...? Por los oficios




de la hospitalidad más generosa




hierros nos dan, por gratitud, suplicios.




Todos, sí, todos; menos uno sólo:




el mártir del amor americano,

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de paz, de caridad apóstol santo,




divino Casas, de otra patria digno;




nos amó hasta morir. Por tanto ahora




en el empíreo entre los Incas mora.






   En tanto la hora inevitable vino

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que con diamante señaló el destino




a la venganza y gloria de mi pueblo:




y se alza el vengador. Desde otros mares,




como sonante tempestad, se acerca,




y fulminó; y del Inca en la Peana,

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que el tiempo y un poder furial profana,




cual de un dios irritado en los altares,




las víctimas cayeron a millares.




«¡Oh campos de Junín!... ¡Oh predilecto




Hijo y Amigo y Vengador del Inca!

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¡Oh pueblos, que formáis un pueblo sólo




y una familia, y todos sois mis hijos!




vivid, triunfad...»




El Inca esclarecido




iba a seguir, mas de repente queda

 450



en éxtasis profundo embebecido:




atónito, en el cielo




ambos ojos inmóviles ponía,




y en la improvisa inspiración absorto,




la sombra de una estatua parecía.

 455





   Cobró la voz al fin. «Pueblos -decía-




la página fatal ante mis ojos




desenvolvió el destino, salpicada




toda en purpúrea sangre, mas en torno




también en bello resplandor bañada.

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Jefe de mi nación, nobles guerreros,




oíd cuanto mi oráculo os previene,




y requerid los ínclitos aceros,




y en vez de cantos nueva alarma suene;




que en otros campos de inmortal memoria

 465



la Patria os pide, y el destino os manda




otro afán, nueva lid, mayor victoria.»






   Las legiones atónitas oían:




mas luego que se anuncia otro combate,




se alzan, arman, y al orden de batalla

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ufanas y prestísimas corrieran




y ya de acometer la voz esperan.






   Reina el silencio; mas de su alta nube




el Inca exclama: «De ese ardor es digna




la ardua lid que os espera;

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ardua, terrible, pero al fin postrera.




Ese adalid vencido




vuela en su fuga a mi sagrada Cuzco,




y en su furia insensata,




gentes, armas, tesoros arrebata,

 480



y a nuevo azar entrega su fortuna;




venganza, indignación, furor le inflaman




y allá en su pecho hirvieron, como fuegos




que de un volcán en las entrañas braman.




Marcha; y el mismo campo donde ciegos

 485



en sangrienta porfía




los primeros tiranos disputaron




cuál de ellos solo dominar debía




-pues el poder y el oro dividido




templar su ardiente fiebre no podía-,

 490



en ese campo, que a discordia ajena




debió su infausto nombre y la cadena




que después arrastró todo el imperio,




allí, no sin misterio,




venganza y gloria nos darán los cielos.

 495



¡Oh valle de Ayacucho bienhadado!




Campo serás de gloria y de venganza...




Mas no sin sangre... ¡Yo me estremeciera




si mi ser inmortal no lo impidiera!






   Allí Bolívar en su heroica mente

 500



mayores pensamientos revolviendo,




el nuevo triunfo trazará, y haciendo




de su genio y poder un nuevo ensayo,




al joven Sucre prestará su rayo,




al joven animoso,

 505



a quien del Ecuador montes y ríos




dos veces aclamaron victorioso.




Ya se verá en la frente del guerrero




toda el alma del héroe reflejada,




que él le quiso infundir de una mirada.

 510





   Como torrentes desde la alta cumbre




al valle en mil raudales despeñados,




vendrán los hijos de la infanda Iberia,




soberbios en su fiera muchedumbre,




cuando a su encuentro volará impaciente

 515



tu juventud, Colombia belicosa,




y la tuya, ¡oh Perú! de fama ansiosa,




y el caudillo impertérrito a su frente.






   ¡Atroz, horrendo choque, de azar lleno!




Cual aturde y espanta en su estallido

 520



de hórrida tempestad el postrer trueno.




Arder en fuego el aire,




en humo y polvo oscurecerse el cielo




y, con la sangre en que rebosa el suelo,




se verá al Apurímac de repente

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embravecer su rápida corriente.






   Mientras por sierras y hondos precipicios,




a la hueste enemiga




el impaciente Córdova fatiga,




Córdova, a quien inflama

 530



fuego de edad y amor de patria y fama,




Córdova, en cuyas sienes con bello arte




crecen y se entrelazan




tu mirto, Venus, tus laureles, Marte.




Con su Miller los Húsares recuerdan

 535



el nombre de Junín, Vargas su nombre,




y Vencedor el suyo con su Lara




en cien hazañas cada cual más clara.






   Allá por otra parte,




sereno, pero siempre infatigable,

 540



terrible cual su nombre, batallando




se presenta La Mar, y se apresura




la tarda rota del protervo bando.




Era su antiguo voto, por la patria




combatir y morir; Dios complacido

 545



combatir y vencer le ha concedido.




Mártir del pundonor, he aquí tu día:




ya la calumnia impía




bajo tu pie bramando confundida,




te sonríe la Patria agradecida;

 550



y tu nombre glorioso,




el armónico canto que resuena




en las floridas margenes del Guayas




que por oírlo su corriente enfrena,




se mezclará, y el pecho de tu amigo,

 555



tus hazañas cantando y tu ventura,




palpitará de gozo y de ternura.






   Lo grande y peligroso




hiela al cobarde, irrita al animoso.




¡Qué intrepidez! ¡qué súbito coraje

 560



el brazo agita y en el pecho prende




del que su patria y libertad defiende!




El menor resistir es nuevo ultraje.




El jinete impetuoso,




el fulmíneo arcabuz de sí arrojando,

 565



lánzase a tierra con el hierro en mano,




pues le parece en trance tan dudoso




lento el caballo, perezoso el plomo.




Crece el ardor. Ya cede en toda parte




el número al valor, la fuerza al arte.

 570





   Y el Ibero arrogante en las memorias




de sus pasadas glorias,




firme, feroz resiste, ya en idea,




bajo triunfales arcos, que alzar debe




la sojuzgada Lima, se pasea.

 575



Mas su afán, su ilusión, sus artes... nada;




ni la resuelta y numerosa tropa




le sirve. Cede al ímpetu tremendo;




y el arma de Baylén rindió cayendo




el vencedor del vencedor de Europa.

 580



Perdió el valor, mas no las iras pierde,




y en furibunda rabia el polvo muerde;




alza el párpado grave, y sanguinosos




ruedan sus ojos y sus dientes crujen;




mira la luz, se indigna de mirarla,

 585



acusa, insulta al cielo, y de sus labios




cárdenos, espumosos,




votos y negra sangre y hiel brotando,




en vano un vengador muere invocando.






   ¡Ah! ya diviso míseras reliquias,

 590



con todos sus caudillos humillados,




venir pidiendo paz; y generoso,




en nombre de Bolívar y la Patria,




no se la niega el Vencedor glorioso,




y su triunfo sangriento

 595



con el ramo feliz de paz corona.




Que si Patria y honor le arman la mano




arde en venganza el pecho americano,




y cuando vence, todo lo perdona.






   Las voces, el clamor de los que vencen,

 600



y de Quinó las ásperas montañas




y los cóncavos senos de la tierra




y los ecos sin fin de la ardua sierra,




todos repiten sin cesar: ¡Victoria!






   Y las bullentes linfas de Apurímac

 605



a las fugaces linfas de Ucayale




se unen, y unidas, llevan presurosas,




en sonante murmullo y alba espuma,




con palmas en las manos y coronas,




esta nueva feliz al Amazonas.

 610



Y el espléndido rey al punto ordena




a sus delfines, ninfas y sirenas




que, en clamorosos plácidos cantares,




tan gran victoria anuncien a los mares.






   ¡Salud, oh Vencedor! ¡oh Sucre! vence,

 615



y de nuevo laurel orla tu frente;




alta esperanza de tu insigne patria,




como la palma al margen de un torrente




crece tu nombre..., y sola, en este día




tu gloria, sin Bolívar, brillaría.

 620



Tal se ve Héspero arder en su carrera,




que del nocturno cielo




suyo el imperio sin la luna fuera.






   Por las manos de Sucre la Victoria




ciñe a Bolívar lauro inmarcesible.

 625



¡Oh Triunfador! la palma de Ayacucho,




fatiga eterna al bronce de la Fama,




segunda vez Libertador te aclama.






   Esta es la hora feliz. Desde aquí empieza




la nueva edad al Inca prometida

 630



de libertad, de paz y de grandeza.




Rompiste la cadena aborrecida,




la rebelde serviz hispana hollaste,




grande gloria alcanzaste;




pero mayor te espera, si a mi Pueblo,

 635



así cual a la guerra lo conformas




y a conquistar su libertad le empeñas,




la rara y ardua ciencia




de merecer la paz y vivir libre,




con voz y ejemplo y con poder le enseñas,

 640





   Yo con riendas de seda regí el pueblo,




y cual padre le amé, mas no quisiera




que el cetro de los Incas renaciera;




que ya se vio algún Inca, que teniendo




el terrible poder todo en su mano,

 645



comenzó padre y acabó tirano.




Yo fui conquistador, ya me avergüenzo




del glorioso y sangriento ministerio,




pues un conquistador, el más humano,




formar, mas no regir debe un imperio.

 650





   Por no trillada senda, de la gloria




al templo vuelas, ínclito Bolívar:




que ese poder tremendo que te fía




de los Padres el íntegro senado,




si otro tiempo perder a Roma pudo,

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en su potente mano




es a la Libertad del Pueblo escudo.






   ¡Oh Libertad! el Héroe que podía




ser el brazo de Marte sanguinario,




ése es tu sacerdote más celoso,

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y el primero que toma el incensario




y a tus aras se inclina silencioso.




¡Oh Libertad! si al pueblo americano




la solemne misión ha dado el cielo




de domeñar el monstruo de la guerra

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y dilatar tu imperio soberano




por las regiones todas de la tierra




y por las ondas todas de los mares,




no temas, con este héroe, que algún día




eclipse el ciego error tus resplandores,

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superstición profane tus altares,




ni que insulte tu ley la tiranía;




ya tu imperio y tu culto son eternos.




Y cual restauras en su antigua gloria




del santo y poderoso

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Pacha-Cámac el templo portentoso,




tiempo vendrá, mi oráculo no miente,




en que darás a pueblos destronados




su majestad ingénita y su solio,




animarás las ruinas de Cartago,

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relevarás en Grecia el Areópago,




y en la humillada Roma el Capitolio.






   Tuya será, Bolívar, esta gloria,




tuya romper el yugo de los reyes




y, a su despecho, entronizar las leyes;

 685



y la discordia en áspides crinada,




por tu brazo en cien nudos aherrojada,




ante los haces santos confundidas




harás temblar las armas parricidas.






   Ya las hondas entrañas de la tierra

 690



en larga vena ofrecen el tesoro




que en ellas guarda el Sol, y nuestros montes




los valles regarán con lava de oro.




Y el Pueblo primogénito dichoso




de Libertad, que sobre todo tanto

 695



por su poder y gloria se enaltece,




como entre sus estrellas,




la estrella de Virginia resplandece,




nos da el ósculo santo




de amistad fraternal. Y las naciones

 700



del remoto hemisferio celebrado,




al contemplar el vuelo arrebatado




de nuestras musas y artes,




como iguales amigos nos saludan;




con el tridente abriendo la carrera,

 705



la Reina de los mares, la primera.






   Será perpetua, ¡oh pueblos! esta gloria




y vuestra libertad incontrastable




contra el poder y liga detestable




de todos los tiranos conjurados

 710



si en lazo federal, de polo a polo,




en la guerra y la paz vivís unidos;




vuestra fuerza es la unión. Unión, ¡oh pueblos!




para ser libres y jamás vencidos.




Esta unión, este lazo poderoso

 715



la gran cadena de los Andes sea,




que en fortísimo enlace, se dilatan




del uno al otro mar. Las tempestades




del cielo ardiendo en fuego se arrebatan,




erupciones volcánicas arrasan

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campos, pueblos, vastísimas regiones,




y amenazan horrendas convulsiones




el globo destrozar desde el profundo;




ellos, empero, firmes y serenos




ven el estrago funeral del mundo.

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   Esta es, Bolívar, aun mayor hazaña




que destrozar el férreo cetro a España,




y es digna de ti solo; en tanto, triunfa...




Ya se alzan los magníficos trofeos




y tu nombre, aclamado

 730



por las vecinas y remotas gentes




en lenguas, voces, metros diferentes,




recorrerá la serie de los siglos




en las alas del canto arrebatado




Y en medio del concento numeroso

 735



la voz del Guayas crece




y a las más resonantes enmudece.






   Tú la salud y honor de nuestro pueblo




serás viviendo, y Ángel poderoso




que lo proteja, cuando

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tarde al empíreo el vuelo arrebatares




y entre los claros Incas




a la diestra de Manco te sentares.






   Así place al destino, ¡Oh! ved al cóndor,




al peruviano rey del pueblo aerio,

 745



a quien ya cede el águila el imperio,




vedle cuál desplegando en nuevas galas




las espléndidas alas,




sublime a la región del sol se eleva




y el alto augurio que os revelo aprueba.

 750



Marchad, marchad, guerreros,




y apresurad el día de la gloria;




que en la fragosa margen de Apurímac




con palmas os espera la victoria».






   Dijo el Inca; y las bóvedas etéreas

 755



de par en par se abrieron,




en viva luz y resplandor brillaron




y en celestiales cantos resonaron.




Era el coro de cándidas Vestales,




las vírgenes del Sol, que rodeando

 760



al Inca como a Sumo Sacerdote,




en gozo santo y ecos virginales




en torno van cantando




del Sol las alabanzas inmortales.






   «Alma eterna del mundo,

 765



dios santo del Perú, Padre del Inca,




en tu giro fecundo




gózate sin cesar, Luz bienhechora




viendo ya libre el pueblo que te adora.






   La tiniebla de sangre y servidumbre

 770



que ofuscaba la lumbre




de tu radiante faz pura y serena




se disipó, y en cantos se convierte




la querella de muerte




y el ruido antiguo de servil cadena.

 775





   Aquí la Libertad buscó un asilo,




amable peregrina,




y ya lo encuentra plácido y tranquilo,




y aquí poner la diosa




quiere su templo y ara milagrosa;

 780



aquí olvidada de su cara Helvecia,




se viene a consolar de la ruina




y en todos sus oráculos proclama




que al Madalén y al Rímac bullicioso




ya sobre el Tíber y el Eurotas ama.

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   ¡Oh Padre! ¡oh claro Sol! no desampares




este suelo jamás, ni estos altares.






   Tu vivífico ardor todos los seres




anima y reproduce: por ti viven




y acción, salud, placer, beldad reciben.

 790



Tú al labrador despiertas




y a las aves canoras




en tus primeras horas,




y son tuyos sus cantos matinales;




por ti siente el guerrero

 795



en amor patrio enardecida el alma,




y al pie de tu ara rinde placentero




su laurel y su palma,




y tuyos son sus cánticos marciales.






   Fecunda, ¡oh Sol! tu tierra,

 800



y los males repara de la guerra.






   Da a nuestros campos frutos abundosos,




aunque niegues el brillo a los metales,




da naves a los puertos,




pueblos a los desiertos,

 805



a las armas victoria,




alas al genio y a las Musas gloria.






   Dios del Perú, sostén, salva, conforta




el brazo que te venga,




no para nuevas lides sanguinosas,

 810



que miran con horror madres y esposas,




sino para poner a olas civiles




límites ciertos, y que en paz florezcan




de la alma paz los dones soberanos,




y arredre a sediciosos y a tiranos.

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Brilla con nueva luz, Rey de los cielos,




brilla con nueva luz en aquel día




del triunfo que magnífica prepara




a su Libertador la patria mía.




¡Pompa digna del Inca y del imperio

 820



que hoy de su ruina a nuevo ser revive!






   Abre tus puertas, opulenta Lima,




abate tus murallas y recibe




al noble triunfador que rodeado




de pueblos numerosos, y aclamado

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Ángel de la esperanza




y Genio de la paz y de la gloria,




en inefable majestad avanza.




Las musas y las artes revolando




en torno van del carro esplendoroso,

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y los pendones patrios vencedores




al aire vago ondean, ostentando




del sol la imagen, de iris los colores.




Y en ágil planta y en gentiles formas




dando al viento el cabello desparcido,

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de flores matizado.




cual las horas del sol, raudas y bellas,




saltan en derredor lindas doncellas




en giro no estudiado;




las glorias de su patria

 840



en sus patrios cantares celebrando




y en sus pulidas manos levantando,




albos y tersos como el seno de ellas




cien primorosos vasos de alabastro




que espiran fragantísimos aromas,

 845



y de su centro se derrama y sube




por los cerúleos ámbitos del cielo




de ondoso incienso transparente nube,






   Cierran la Pompa espléndidos trofeos




y por delante en larga serie marchan

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humildes confundidos




los pueblos y los jefes ya vencidos:




allá procede el Ástur belicoso,




allí va el Catalán infatigable




y el agreste Celtíbero indomable

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y el Cántabro feroz, que a la romana




cadena el cuello sujetó el postrero,




y el Andaluz liviano




y el adusto, severo Castellano;




ya el áureo Tajo cetro y nombre cede,

 860



y las que antes, graciosas




fueron honor del fabuloso suelo,




Ninfas del Tormes y el Genil, en duelo




se esconden silenciosas;




y el grande Betis viendo ya marchita

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su sacra oliva, menos orgulloso,




paga su antiguo feudo al mar undoso.






   El sol suspenso en la mitad del cielo




aplaudirá esta pompa -¡Oh Sol! ¡oh Padre!




tu luz rompa y disipe

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las sombras del antiguo cautiverio,




tu luz nos dé el imperio,




tu luz la libertad nos restituya;




tuya es la tierra y la victoria es tuya».






   Cesó el canto; los cielos aplaudieron

 875



y en plácido fulgor resplandecieron.




Todos quedan atónitos; y en tanto




tras la dorada nube el Inca santo




y las santas Vestales se escondieron.




Mas ¿cuál audacia te elevó a los cielos,

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humilde musa mía? ¡Oh! no reveles




a los seres mortales




en débil canto, arcanos celestiales.




Y ciñan otros la apolínea rama




y siéntense a la mesa de los dioses,

 885



y los arrulle la parlera fama,




que es la gloria y tormento de la vida;




yo volveré a mi flauta conocida,




libre vagando por el bosque umbrío




de naranjos y opacos tamarindos,

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o entre el rosal pintado y oloroso




que matiza la margen de mi río,




o entre risueños campos, do en pomposo




trono piramidal y alta corona,




la piña ostenta el cetro de Pomona,

 895



y me diré feliz si mereciere,




el colgar esta lira en que he cantado




en tono menos dino




la gloria y el destino




del venturoso pueblo americano,

 900



yo me diré feliz si mereciere




por premio a mi osadía




una mirada tierna de las Gracias




y el aprecio y amor de mis hermanos,




una sonrisa de la Patria mía,

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y el odio y el furor de los tiranos.



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