MAX WALTER SVANBERG
LA MUJER
La mujer representa a mis ojos un mundo super-determinado, en donde todas
mis ideas de belleza, de poesía, de agresión, en donde mi alegría de vivir y su
compañero inseparable -el terror a lo efímero-, la han tallado en las
innumerables facetas de la nostalgia de la belleza. La mujer es para mí una
divinidad que adoro por mi arte y a través de él. El pez y el ave, la mariposa
y el beso, la flor quemante y mi ojo, la lengua del mar y los brazos blancos de
la playa, los altos tacones sonoros y la oreja que lo acuna, todo es mujer en
mi pintura. Por sus atributos seductores, ella se disimula, y se revela, se
substrae y ataca, se desvía y se intensifica, pero jamás -no obstante- entrega
una respuesta definitiva. Ella es una visión de metamorfosis, lo que, cuando
uno cree asirla, se oculta y se convierte, acaso, en un rayo luminosos. Ella se
desliza entre arcos encorvados por la eternidad, un ojo observa. El ojo se
convierte en un pez con la forma de un huso, el iris de su ojo se ha deslizado
un tanto y forma la cabeza. El pez vuelve a ser una mujer con caderas redondas,
la cabeza es un sol que lentamente se libera, para de nuevo resplandecer como el
retrato eterno de mi mujer.
Mi mujer no consiste en productos de belleza patentados, ella no es para los
estetas ni para los sillones, ella no es abstracta sino de naturaleza poética,
inquietante. Ella encarna para mí lo extraño, lo perfecto de mi existencia.
La mujer es el mar con
lentejuelas de mi vértigo,
es mi sol de eternidad que besa mi boca ciega,
el faisán de plata adornado para la danza,
la mirada fija del ave bajo las pestañas,
es mi mujer en la visión que despliega su rostro.
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