SUSANA SOCA
ESTATUAS
Al principio soñé que soñaría con algún ángel.
Tarde, los sueños de los jóvenes vivos fueron mis sueños.
Y bruscamente me abandonaron.
Luego soñé con los sueños salidos de las bocas de
piedra de las estatuas. Las góticas criaturas siempre
de pie en las estrechas casas de sus pórticos. Talladas
por las manos que no mueren. Nombre de amor seguro
para las manos que no tienen nombre.
El alto objeto de sus sonrisas persigo en ellas.
Púdicas reinas de trenzas como la trama de sus claros
años. Y en hueco de piedra reconocemos los raros
hechos que las tapicerías nos enseñan.
Doncellas de la ley. Orden y señorío de la Escritura.
Y las de fría llama ya para siempre ardientes bajo los
techos ojivales de sus abiertas casas.
En sus bocas el fuego, como en el aire los pliegues
de sus mantos por mil años detenido.
Y las otras apenas como estatuas de estatuas.
En otro tiempo la Dama bajó de Chartres para dejar
su retrato. Las otras la acompañan junto a la sacristía.
En un boscaje oscuro que recoge el polvo de los
altares abandonados.
Sobre una vieja tierra, como olvidadas. Entre laureles
húmedos, la lluvia detenida por el más largo otoño.
Y entre soldados en bicicleta los grandes hongos redon-
dos inclinados por la niebla, las cabezas cubiertas de
enlutadas señoras. Desde el principio quietamente
juntas. Llenas de pausas como la lluvia.
Y las otras apenas como estatuas de estatuas.
Tarde, los sueños de los jóvenes vivos fueron mis sueños.
Y bruscamente me abandonaron.
Luego soñé con los sueños salidos de las bocas de
piedra de las estatuas. Las góticas criaturas siempre
de pie en las estrechas casas de sus pórticos. Talladas
por las manos que no mueren. Nombre de amor seguro
para las manos que no tienen nombre.
El alto objeto de sus sonrisas persigo en ellas.
Púdicas reinas de trenzas como la trama de sus claros
años. Y en hueco de piedra reconocemos los raros
hechos que las tapicerías nos enseñan.
Doncellas de la ley. Orden y señorío de la Escritura.
Y las de fría llama ya para siempre ardientes bajo los
techos ojivales de sus abiertas casas.
En sus bocas el fuego, como en el aire los pliegues
de sus mantos por mil años detenido.
Y las otras apenas como estatuas de estatuas.
En otro tiempo la Dama bajó de Chartres para dejar
su retrato. Las otras la acompañan junto a la sacristía.
En un boscaje oscuro que recoge el polvo de los
altares abandonados.
Sobre una vieja tierra, como olvidadas. Entre laureles
húmedos, la lluvia detenida por el más largo otoño.
Y entre soldados en bicicleta los grandes hongos redon-
dos inclinados por la niebla, las cabezas cubiertas de
enlutadas señoras. Desde el principio quietamente
juntas. Llenas de pausas como la lluvia.
Y las otras apenas como estatuas de estatuas.
Sobre una vieja tierra. Hechas para estar de pie
yacen-
tes, dóciles. Con sus sonrisas que nunca duermen. Sobre una
vieja tierra entre dos lluvias.
tes, dóciles. Con sus sonrisas que nunca duermen. Sobre una
vieja tierra entre dos lluvias.
Bajo la frente cuando me pierdo. Vuelvo a buscar
en
ellas el alto objeto de sus sonrisas siempre encendidas.
ellas el alto objeto de sus sonrisas siempre encendidas.
Δεν υπάρχουν σχόλια:
Δημοσίευση σχολίου