Παρασκευή 30 Οκτωβρίου 2020

PELE 1000

 


CARLOS DRUMMOND DE ANDRADE

 

 

PELE 1000

 

Lo difícil, lo extraordinario, no es hacer mil goles, como Pelé. Es hacer un gol como Pelé. Ese gol que nos gustaría tanto hacer, pero que, diabólicamente, no se deja hacer. El gol.
¿De qué vale escribir mil libros, como simple resultado de una aplicación mecánica, las manos golpeando la máquina de la mañana a la noche, el trasero ubicado sobre un almohadón, palabras dóciles y resignadas al uso incoloro? El asunto es el libro único, para el cual no hay condiciones, reglas, recetas, códigos, cólicos que lo hagan existir, y sólo él importa -negativamente- en nuestra bibliografía. Novelistas que no capturan la novela, poetas de los cuales el poema se está riendo a la distancia, pensadores que glosan el gastado pensamiento ajeno, en vano circulamos por la pista durante 50 años. La enorme cantidad de papel que ensuciamos sigue en blanco, ajeno a las letras que en él se imprimen., pues no era ésa la combinación de palabras que exigía de nosotros. ¡Y cuántos metros cúbicos de sudor para llegar a ese no-resultado!
¿Entonces el gol no depende de nuestra voluntad, formación y maestría? Me temo que no. ¿Es, acaso, un producto divino? Y si no valen de nada los exorcismos, las invocaciones cabalísticas, los recursos mágicos para que él se manifieste… Si es cosa de Dios, Dios se divierte negándolo a quienes se lo imploran y ofrendándolo a su capricho, sólo Dios sabe a quién, a veces a quien no lo merece. La obra de arte, ya sea en forma de gol o de texto, casa, pintura, sonido, danza y todo lo demás, parece más bien algo que está en la naturaleza, que se revela arbitrariamente, casi al margen del medio humano empleado para la revelación. Si la obligación de todos es aprender ¿Por qué todos los que aprenden no la realizan? ¿Por qué sólo éste o aquél llega a realizarla? ¿Por qué no hay once Pelés en cada equipo? ¿O diez, para darle una oportunidad al equipo adversario?
El Rey llega al milésimo gol (sin apuro, dándose incluso el lujo de rectificar la cuenta, disminuyéndola) gracias a una fatalidad ajena a su sabiduría técnica y artística. En realidad, siempre está haciendo el mismo tanto perfecto, pues otros tantos menos primorosos no tienen nada que ver con él. Solo sabe hacer lo mejor, y cuando deja de sobresalir en la cancha es porque hasta él tiene momentos en los que no es Pelé, como los no-Pelé que somos todos.
El mundo está integrado por consumidores que sirven a algunos creadores. El desequilibrio es dramático, y sólo no determina la frustración universal porque no nos damos cuenta de nuestra impotencia creadora, y hasta nos eludimos atribuyéndonos una potencia imaginaria. Incluso, por un defasaje absurdo, la creación, en muchas áreas, no llega ni siquiera a ser absorbida por los consumidores que carecen de ella. Muchos seres no saben consumir, vegetan en estado de carencia inconsciente. Para consumir hace falta estar preparado. Pero los millones de analfabetos desnutridos y marginados, tanto del mundo occidental como del oriental, ni sospechan que hay alimentos fascinantes para hambres no presentidas.
Afortunadamente, en el caso de Pelé, el plato artístico que él ofrece alcanza al paladar de todos. El fútbol es uno de esos raros ejemplos de arte corporal y mental que promueven una felicidad unánime, aun cuando dividan a la masa consumidora en grupos antagónicos. Antagonismo formal, al fin de cuentas, pues la fusión íntima se opera en torno a la belleza del gesto, venga del cuerpo que viniere.
Los mil goles de Pelé son uno solo, multiplicado y siempre nuevo, único en su ejemplaridad. No sé si debemos exaltar a Pelé por haber logrado tanto, o si nuestro elogio debiera estar dirigido más bien hacia el gol en sí, que se dejó hacer por Pelé, negándose a tantos otros. O al genio del gol, que se encarnó en Pelé, por una de esas elecciones misteriosas que la genética todavía no sabe explicar, pues la ciencia, felizmente, todavía no explicó todo en este mundo.

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