PABLO NERUDA
A LOUIS ARAGON
1
Aragon, déjame darte algunas flores de Chile,
algunas hojas cubiertas de rocío salvaje,
algunas raíces inesperadamente ciegas.
Andando
entre la clara cordillera del oeste
y el desencadenado material del océano
hay, allá lejos, una tierra terrible,
hermosa como la Piel palpitante del puma.
Allí cada mañana saludo a la soledad.
Las piedras esperaron millares de siglos solas
y ni una sola mano las tocó para herirlas,
entonces ellas solas alzaron su estructura,
ellas edificaron sus castillos amargos.
Pero la luz marina abrió los ojos
allí, y en las desnudas
soledades
una flor y otra flor en este mes de octubre:
el azul oceánico arde sobre las piedras.
2
De aquella solitaria primavera,
poeta, hermano de cabeza pálida,
Con respeto y amor, te traigo una corona.
Mira
la flor del cactus eléctrico y la espina
del ágave, iglesia de la arena,
mira los cuatro pétalos del trébol procelario,
el sol abandonado del clavel,
la gota de agua y sangre del copihue,
la acacia errante cerca de la espuma.
Todo bajo la copa,
del cielo lento y largo como un río.
No hay nadie allí: los pasos que escuchaste
Son los pasos del mar, de sus caballos.
3
Todo esto para tu noble frente generosa.
Estas
flores lejanas para ti, distante.
Estas espinas para tu batalla.
Estas gotas de océano para el agua
Navegaciones y regresos
de tu mirada, clara como ninguna.
Esta amistad para tu corazón de cristal.
Estas manos para tus manos, oh solitario único,
acompañado por todas las manos del pasado
y todo el pan que el hombre amasará mañana.
Estas palabras para ti, propietario,
castellano, señor
de todas las palabras, las de color de plata,
las que se derramaron como asfalto quemante
sobre los enemigos de la bondad, las palabras
hechas de trigo, espadas, cuarzo de Francia, vino,
razón, valor, encinas,
palabras que cantaron como sólo tú cantas,
palabras con sombra y miel, palabras puras
que de pronto amenazan, se equivocan, se pierden,
directas se dirigen como flechas
al tiempo invisible, a la primavera escondida,
llevando las simientes a través de la niebla.
4
Capitán del amor, a dónde ibas,
la zarza errante, el fuego
de unos ojos
de la mujer amada,
bienamada,
cayó sobre tu rostro
y te otorgó sus dones,
y en ti florece y se abre esta mirada,
en plena multitud, en paz o en guerra.
Estás
vestido
de mar, de flor salvaje,
de ola profunda
o de celeste aurora,
eres el novio con
una carta sobre el corazón,
con una inicial siempre latiendo
en tu navío.
Fidelidad se llama
tu navío,
fidelidad fecunda,
amor como un granero,
dulzura lacerante
y enseñanza,
porque eres el antiguo, antiguo, antiguo
enamorado de guantes puros,
la llama
del caballero
errante
que a través de la guerra,
de las olas,
del áspero rencor,
de las victorias,
del viento cruel, del día
amargo,
lleva en su mano de acero
contra la tempestad sólo una rosa.
5
Hermano separado por tantas tierras y aguas,
por el desorden y la inteligencia,
nos encontramos en la hora, ya distante,
de España, en su copa de laurel y cenizas,
y aunque pasan los años como abejas
con dolores y luchas que se apagan y aclaran,
año y año, aquí estamos, en la proa
del tiempo,
del tiempo que tú cantas, que tú vaticinaste.
No
sólo la razón, no sólo el amor extenso,
sino los pueblos vivos, los pueblos amarillos,
blancos, negros, del sur, del este, del oeste,
nos piden cada día los deberes del canto.
y tú, delgado como las espadas,
Navegaciones y regresos
conoces tu deber de mediodía,
y la amenaza no puede contigo:
la duda no devora tu claridad sagrada
porque eres parte pura de la aurora.
6
Estas hojas de la lejana Araucanía,
estas flores nacidas en un silencio apenas
interrumpido por el mar desbordante,
son para ti, Aragon, para ti, hermano.
Allí
las recogí donde nací, en mi patria,
y desde tanta soledad las traigo
para ti y para todo lo que cantas.
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