JUAN CALZADILLA
Epitafio
En
mi entierro iba yo hablando mal de mí mismo
y me moría de la risa.
Enumeraba con los dedos de las manos
cada uno de mis defectos
y
hasta me permití delante de la gente
sacar a relucir algunos de mis vicios
como si me confesara en voz alta
y en la vía pública.
Comprendo
que esto no es usual en un entierro
ni signo de buen comportamiento.
Un ciudadano cabal, aun estando muerto
—cuando es él el centro de
la atención—
debe guardar las apariencias
y cuidar de no exponerse al ridículo.
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