RAFAEL CADENAS
[Sólo tú misma en el acto]
Sólo tú misma en el acto.
Extendida, carnosa, húmeda.
Un temblor sin lapso. Sin equívoco. Torbellino en
torno de la flor de blando terciopelo, acorazonada, que nace del clima
de tus piernas como un grito nocturno. Flor que se
liba.
Sombra de flor. En la sinfonía ciega de las
corrientes lozana forma de mis manos sin ojos. Cuerno remoto de los
rendimientos.
Llego navegando ondulaciones desesperadas. Soy
dichoso.
¿Cuál es el color de esta fruición desencadenada,
cómo llamarla, qué dios nos ha entregado esta conjunción? Me iré, Venus,
me iré, pero antes quiero apurar la copa. Ahogar
los límites mollares, sofocar los cerrojos albeantes, vencer la sombra leda
de la desnudez, sacrificar el sonrojo numerado.
No me marcharé hasta que esta vegetal confusión de
ondas no se haya cumplido. En tanto mi animal lamedor no esté sosegado.
Amo los blandos linderos de inefable tinte,
ondulantes en la selva enana y espléndidamente libre que sobresale de tu cuerpo
como mil vocecillas frutales, el letífico aroma,
el muelle calor, el ansioso tremar. Toda tú adunada por mareas geométricas
a mi piel. Toda presión, jadeo, huida, retorno,
blancor, demencia. Nadadora. Extensión que amamanta mi vicio. Sombra
del láudano bajo mi pesado tiempo.
No partiré sin llevar una hora feliz en la corola,
giradora, vencida y celante de los ojos que como al sol te reciben.
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