YOLANDA BEDREGAL
REFERENCIA
DE RUTA Y DIBIUJO DE MAPA
De
límite sin límite. Innominable. Lo dibujó mi padre, cada día, con sus palabras,
en los papeles blancos de nuestra infancia inédita.
Grimm, Hans Christian Andersen, Perrault, iluminaron los faros de los mares.
Los mares quizá no son más grandes que una lágrima. Quizá. Es una duda; no un dolor. Una lágrima pudo servir de lente para ver crecer este PAÍS que, al principio, cabía tras los pequeños párpados cerrados.
Lo habitaron los personajes de los cuentos que iban desertando de las páginas frías de los libros para venir a vivir con nosotros, anulando la lejanía y embarullando el tiempo.
Venía
a poblarlo los personajes de la Biblia para ser amigos de los piratas y conocer
a Tito y Tragabuches, a la Suegra del Diablo, al Mono de Brea y Juan Soldado.
Vinieron a conocer las brujas y a jugar con las muñecas de los bazares
modernos.
Nuestra sabia ignorancia de niños embelleció el mundo imaginario.
Dios y criatura al mismo tiempo, fui dueña de mi propio universo.
Nuestros dominios eran más grandes que los del Dominio del Canadá. Y más maravillosos.
Porque, como los héroes de tus cuentos, muchas veces desaparecían las ciudades en la boca de un dragón; pero, como tus héroes, volvían a nacer con las buenas acciones.
Después estas ciudades se fueron por las letras del Silabario y del Libro “Nene”. Ya no volvimos a jugar elefante con mi papá ni apostamos con mis hermanos a dormirse primero. Aprendimos más bien unos versos sencillos.
Ya en el otro muelle, en la otra tabla resbaladiza del escritorio, no estaban cabalgando mi hermano Gonzalo ni el niño Juanito jugando caballos.
Sopló viento. Nos cayó un pedazo del mapa a cada uno. Todos ahora tenemos derroteros diferentes.
Soplaron vientos. En nuestras cabezas de seis años se hundieron unos mundos. Y otros mundos nacieron.
Te daré grandes banderas para que las prendas con espinos en el aire. Te daré la brújula pequeña de mi nombre para que vengas en lo mío, absurdo y definitivamente indescifrable.
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