SUSANA SOCA
CABALLOS
Ellos corrían estrechamente.
Sobre la arena más liviana que la tierra. Y más pesada que el aire. Cuando
del otro lado estaba el mar. Y medían sus pasos las grandes olas inflexibles.
Y los espacios de sus silencios, exactamente medían.
Cuando la hierba sobre la
arena nace. Como una flor del agua, traza su campo donde la otra lleva la
sal.
Y sus silencios entrecruzados bajo la lluvia resbalan entre los cascos de los caballos. La joven noche que una misma avidez deslumbra y ciega. Despierta y sonríe al paso de los caballos. Sobre una delicada arena. Amazona de rígidos guantes de fieltro, hace una señal y en silencio los guía. A la señal reconocemos la misma suave distante mano que rozaba la cara en las tinieblas. La joven noche que amó la hierba y la estrella. Con su amor que todo lo que vive y muere en el semblante de un solo amado vanamente reunía. Alguien que buscaba un mismo brillo. A través de los reflejos, entre los bosques macizos. En las lagunas breves de los pastos.
Entre la vela y el sueño.
Son caballos del mar. Andan sus pasos sin fronteras. Ondulan en el sueño sus
crenchas apretadas por el más largo viento de la noche. El que camina hacia
un mismo punto. Por el ligero, el insistente ritmo socavada la sombra. Sin
más tambores que los tambores de sus cascos. Aletargados sobre la arena.
Ágilmente atraviesan los círculos del sueño. Y son caballos del aire. Andan sin tregua y sin fatiga, livianamente. A lo largo de la noche. Desaparece el sonido. En un puro movimiento. Y sólo el ritmo entra en el sueño. Como el aire al azar toca la piel de los tambores enmudecidos.
Y sin reposo sé que he de
volver a la primera arena.
Y vanamente he de explorar la noche apenas entreabierta. En busca del camino de sus pasos. Siento que se mueven. Entran en el sueño. Y son caballos del aire. |
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