PASOLINI EN
NUEVA YORK
1
En la foto, usted aparece en primer plano
paseando por una calle neoyorquina. A su espalda,
la ciudad se yergue altiva y desafiante.
Sujeto a una columna de alumbrado,
luce un cartel que advierte: "No right turn".
Un auto, del que sólo se ve la trompa,
se apresta a cruzar la bocacalle.
La gente camina ligeramente abstraída
y pocos parecen reparar en torno.
Sin duda, es el atardecer de un día nublado y frío.
EI viento agita con fuerza su impermeable abierto
y usted mira a la lente como inquiriendo algo.
2
Corren los
años 60 en la foto y en el mundo.
Hay un insoslayable magnetismo de época
—¿Por qué renegar de la nostalgia?— en esa calle
atestada de comercios que atiza la memoria.
Entonces, yo era joven y bello. (Recuerdo que molestaba
a las muchachas.) Iba a la escuela católica
y rezaba al dios de los estigmas.
La muerte, tan lejana, no podía tocarme,
y todos mis amigos, maliciosos e ignaros,
se sentían igualmente inmortales.
Entonces, era lícito soñar.
Y usted soñaba cambiar algunas cosas.
Hay un insoslayable magnetismo de época
—¿Por qué renegar de la nostalgia?— en esa calle
atestada de comercios que atiza la memoria.
Entonces, yo era joven y bello. (Recuerdo que molestaba
a las muchachas.) Iba a la escuela católica
y rezaba al dios de los estigmas.
La muerte, tan lejana, no podía tocarme,
y todos mis amigos, maliciosos e ignaros,
se sentían igualmente inmortales.
Entonces, era lícito soñar.
Y usted soñaba cambiar algunas cosas.
3
Vuelvo a
mirar ahora la borrosa foto,
publicada hace tiempo en una revista de poesía,
y, momentáneamente, me pongo en su piel ante la
cámara.
Por esas horas, el mundo ofrece la imagen
de un gallinero alborotado; algo, que desconcierta
a los incautos, quiere nacer de un huevo.
La historia, pues, amaga girar sobre sí misma
y usted es un bárbaro en la Gran Manzana,
un alma primitiva y soledosa; tiene el brillo
del sol septentrional en las pupilas
y habla el dialecto de los ríos friulanos.
Aunque ha madurado hasta el dolor,
guarda, en el fondo, la pureza y el ardor de un niño,
un niño que ha elegido ser libre y, a menudo,
da cuenta de su profunda rebeldía.
publicada hace tiempo en una revista de poesía,
y, momentáneamente, me pongo en su piel ante la
cámara.
Por esas horas, el mundo ofrece la imagen
de un gallinero alborotado; algo, que desconcierta
a los incautos, quiere nacer de un huevo.
La historia, pues, amaga girar sobre sí misma
y usted es un bárbaro en la Gran Manzana,
un alma primitiva y soledosa; tiene el brillo
del sol septentrional en las pupilas
y habla el dialecto de los ríos friulanos.
Aunque ha madurado hasta el dolor,
guarda, en el fondo, la pureza y el ardor de un niño,
un niño que ha elegido ser libre y, a menudo,
da cuenta de su profunda rebeldía.
4
EI día
declina y Nueva York
se aferra aún
a su ajetreo diurno. Casi excluido de la foto,
un cielo bajo semeja apoyarse sobre las terrazas.
Seguramente, usted ya ha descubierto la ciudad:
ha viajado en el Metro y en autos de alquiler,
ha entrado en bares y en grandes restaurantes,
ha recorrido shoppings y supermercados,
ha comprado en negocios del Soho
y en las tiendas de la calle Lexington,
ha visitado museos y galerías de arte,
ha dormido en hoteles lujosos
y se ha contemplado en sus espejos,
ha estado en Broadway y en el World Trade Center,
pero no se ha dejado sobornar, entonces,
por ninguna promesa consumista,
ningún fulgor nacido de las bondades del mercado.
a su ajetreo diurno. Casi excluido de la foto,
un cielo bajo semeja apoyarse sobre las terrazas.
Seguramente, usted ya ha descubierto la ciudad:
ha viajado en el Metro y en autos de alquiler,
ha entrado en bares y en grandes restaurantes,
ha recorrido shoppings y supermercados,
ha comprado en negocios del Soho
y en las tiendas de la calle Lexington,
ha visitado museos y galerías de arte,
ha dormido en hoteles lujosos
y se ha contemplado en sus espejos,
ha estado en Broadway y en el World Trade Center,
pero no se ha dejado sobornar, entonces,
por ninguna promesa consumista,
ningún fulgor nacido de las bondades del mercado.
5
Miro una
vez más la foto con detenimiento.
Luego alzo los ojos y me quedo inmóvil,
acodado sobre el vidrio de mi escritorio.
Un tiempo irrepetible ha muerto.
Incluso, para sorpresa de los espectadores,
usted abandonó la escena prematuramente,
apaleado por un pillo en un balneario de Ostia,
cuando aún era posible tener una certeza.
EI viejo mundo, por si falta decirlo, no ha cedido.
Sus cimientos probaron que pueden soportar, airosos,
el peso de los sueños. Como antes, todo está por hacerse.
La primavera estalla ahora en mi ventana,
los geranios prorrumpen tiemamente en flor
y las parvas gallinas vuelven a empollar sus huevos:
signo de una fe rediviva que enseña la perseverancia.
Luego alzo los ojos y me quedo inmóvil,
acodado sobre el vidrio de mi escritorio.
Un tiempo irrepetible ha muerto.
Incluso, para sorpresa de los espectadores,
usted abandonó la escena prematuramente,
apaleado por un pillo en un balneario de Ostia,
cuando aún era posible tener una certeza.
EI viejo mundo, por si falta decirlo, no ha cedido.
Sus cimientos probaron que pueden soportar, airosos,
el peso de los sueños. Como antes, todo está por hacerse.
La primavera estalla ahora en mi ventana,
los geranios prorrumpen tiemamente en flor
y las parvas gallinas vuelven a empollar sus huevos:
signo de una fe rediviva que enseña la perseverancia.
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