ELISEO
DIEGO
EL
GENERAL A VECES NOS DECÍA
extendiendo sus manos transparentes:
«así fue que lo vimos aquel día
en la tranquila lluvia indiferente
sobre el negro caballo memorable».
Suavizaba la sombra del alero
su camisa de nieve irreprochable
y el arco duro del perfil severo.
Y mientras en el patio de azul fino
cercana renacía la tristeza
del platanar con sus nocturnos roces,
más allá de las palmas y el camino,
limpiamente ceñida su pobreza,
pasaban en silencio nuestros dioses.
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