JUAN CALZADILLA
El que huye de la ciudad huye de sí
Entiendo
que hay un golpe que no sabe renunciar
a la tinta de escribir con sangre.
Un golpe en voz alta que reside en el ojo de la tormenta
desde cuya empuñadura nos mira.
Advierto que sus aristas al rojo vivo
entran en el cálculo de las probabilidades matemáticas.
Un golpe cuyo efecto
no será juzgado por la clarividencia del eco
y cuya sonoridad ciega omite todo exceso
de retórica alrededor de lo acontecido.
Un golpe que no deja lugar
para los ejercicios de la memoria.
Bien dibujado en el extremo opuesto de la forma
que toma en el puño al ser arrojado.
Un golpe para el que la estupefacción
es sólo el recibo que él nos pasa.
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