RAÚL GUSTAVO AGUIRRE
CINCO TESIS SOBRE POESÍA
Primera
tesis: LA POESÍA NO EXISTE
El día de Todos
los Santos del año del Señor de 1517, Martín Lutero clavó en la puerta de la
iglesia del castillo de Wittemberg sus célebres noventa y cinco tesis sobre las
Indulgencias. Entiendo que noventa y cinco tesis sobre poesía serían excesiva
falta de consideración hacia el prójimo, pero estas cinco que me atrevo a
formular, de alguna manera evocan, en su título, aquel acontecimiento que
produjo, luego, tan trascendentales transformaciones en la historia del mundo.
En esta
evocación termina, por otra parte, el paralelo. Obvio es agregar que mis tesis
no pretenden producir ni de lejos semejantes consecuencias. De sobra quedará
cumplido su propósito si consiguen llamar la atención hacia el examen de
algunos supuestos corrientes acerca de la poesía y los poetas. Parten de la
sospecha de que, si se exageran un poco las dudas sobre estos supuestos, tal
vez sea posible adquirir una mayor claridad con respecto a ciertas importantes
implicaciones que la poesía quizá puede tener para nuestras existencias.
Paradójicamente,
como es factible observar, estoy hablando de la poesía y no obstante mi primera
tesis dice así, sencilla y rotundamente: LA POESÍA NO EXISTE. Esto puede
entenderse en varios sentidos, pero desearía evitar un juego de sutilezas e ir
directamente a lo que en este momento me interesa esclarecer.
La poesía no
existe en cuanto algo concreto que pueda ser, definido fuera de la literatura.
Por ejemplo, yo puedo decir que la poesía existe como género literario,
tradicionalmente opuesto a la prosa y también tradicionalmente subdividido por
la retórica en varias clases: épica, lírica, dramática... Se puede hablar de
poesía y de poetas en este sentido literario, o a partir de este
sentido. Es decir, incluso podemos negar la poesía en cuanto literatura y
expresar, como los dadaístas, por ejemplo, que la poesía no es literatura sino una
manera de vivir. Pero para proceder así tengo que partir de la poesía como
literatura y luego negarla; de lo contrario, no sería comprensible esta
concepción de la poesía no como literatura sino como una manera de vivir.
Por lo tanto,
aquí digo que no se trata de escribir o sólo de escribir, sino más bien de algo
que tiene menos que ver con la escritura que con la vida. Y el dadaísta puro,
en rigor, tendría que negarse a escribir una sola palabra. Este fue -digamos de
paso- el callejón sin salida en que se halló el dadaísmo, como por otra parte,
se halla todo nihilismo: no creo en nada, pero debo creer en lo que creo, o
sea, debo creer que no creo en nada. Los dadaístas negaron la literatura sin
dejar de ser literatos, sin dejar de escribir. Pero nos dieron, sin embargo,
una importante indicación. Nos inspiraron una fértil sospecha. Señalaron hacia
algo que tiene, como creo y trataré más adelante de demostrar, muchísima
importancia.
Pero regresemos
ahora, para concluir con esta primera tesis, al punto de partida: LA POESIA NO
EXISTE. Esta proposición quiere decir, en suma, que la poesía -fuera de su
formal definición como género literario- no tiene existencia real y concreta,
no es un ente, una entidad, algo que pueda ser aislado y buscado más allá de la
palabra. Por esta razón ha sido siempre tan difícil a los propios poetas
explicar qué es la poesía. Esto nos conduce a la
Segunda
tesis: NO EXISTEN LOS POETAS
Si la poesía no
existe, tampoco existen los poetas. Quiero decir: si la poesía existe sólo como
literatura, en la palabra, en la literatura oral o escrita, solamente existen
“hacedores de poemas”. Pero un poema es, o bien cualquier composición que
responda a las reglas de cierta retórica más o menos aceptada en un medio dado,
o por el contrario, es un acontecimiento existencial realmente importante en la
vida de aquel que, en cierto momento favorable, entra en “relación” con él (y
aquí la palabra poema tiene un amplio sentido: puede ser, por ejemplo,
una canción o una página manuscrita o impresa).
En el primer
caso, en el de una composición que responda a ciertas reglas o leyes retóricas
prefijadas, es evidente que cualquier persona diestra en el manejo de estas
reglas puede, en cuanto se lo proponga o se lo encomienden componer un
poema. Podría, de esta manera, presentarse en un concurso celebratorio del
Descubrimiento de América, o del Centenario de un determinado hecho histórico,
o donde se premie el mejor Canto a las Virtudes Cívicas, o lo que fuere. El
mecanismo de este proceso es muy simple: un “tema” que servirá de contenido a
la composición, y una “forma”, lo más bella posible dentro de los enunciados de
una retórica (o a lo sumo, de una estética) preexistente. Y ya tenemos el
alfajor fabricado, perdón, compuesto. Sin duda, su autor es un poeta, así como
el señor que nos hace fotografías urgentes, tamaño 4 x 4, es un fotógrafo. Y en
este sentido, mi tesis -repito- es NO EXISTEN LOS POETAS.
Pero ya me estoy
aventurando demasiado en mis negaciones y, para no pecar de ser en exceso
pesimista, voy a necesitar de alguna afirmación. Que la haré en mi
Tercera
tesis: EXISTEN LOS POEMAS
EXISTEN LOS
POEMAS: sin duda, sin duda, sin ninguna duda. Esta afirmación, está claro, no
tiene contenido polémico. Muy bien, porque no se trata de ser polémico porque
sí y a troche y moche. No obstante, quiero aclarar que no me refiero aquí al
poema tal como lo describí hace un momento, como una especie de artefacto
fabricado conscientemente y ex profeso según ciertas reglas destinadas a
producir determinada emoción. Debo confesar que, aunque parezca fácil afirmar
que tal manera de “hacer“ un poema es falsa, literariamente “artificiosa”, una
especie de engaño, en suma, hay grandes creadores de poemas que han afirmado lo
contrario. Entre ellos, Vladimiro Maiakovsky que, como es sabido, no diferencia
un poema de cualquier otro producto industrial; o César Vallejo, quien nos
dice, justamente, que un poema es un artefacto destinado a producir emoción. Y
también el galés Dylan Thomas, que no sólo habla de “oficio” en uno de sus
poemas, sino que en sus cartas y ensayos expone una completa teoría de la
“fabricación” del poema.
¿Entonces? Antes
de continuar, quisiera intentar una explicación a esta aparente disidencia de
estos grandes creadores. Hay, sin duda, en todo trabajo de creación, una parte
de habilidad adquirida y de esfuerzo consciente. Pero esta habilidad y este
esfuerzo, cuando se produce un auténtico acto de creación, están al servicio de
la concreción, en palabras, de algo que los trasciende. Por diversas razones,
se confunde este trabajo con la verdadera creación o se lo valoriza más que
ella. Es el caso de Maiakovsky, porque me parece quería justificarse del
frecuente complejo que asalta al escritor ante los que "hacen":
pareciera que un obrero metalúrgico, de cuyas manos sale una gigantesca rueda
de locomotora, estuviese creando una realidad de más "peso" (en todo
sentido) que el hombre que se limita a hablar, a escribir. Este complejo ha
dado lugar a tremendas distorsiones, pero por el momento no puedo ocuparme de
él aquí, más que para decir que, en ese especial momento de la historia de su
país, Maiakovsky no quería “sentirse menos” que los obreros y experimentó la
necesidad de justificar su trabajo escribiendo perogrullesca pero
dramáticamente que, aunque un poeta no echa humo por las chimeneas como una
fábrica, también "produce". En cuanto a César Vallejo y a Dylan
Thomas, creo que no eran conscientes - a fuer de modestos - de que su capacidad
de creación excedía en mucho lo que ellos consideraban humilde y simplemente un
trabajo de composición. Aquí viene a cuento recordar lo que Henry James
recomendaba a los aprendices de narradores. Les decía, más o menos, lo
siguiente: “No se preocupe por la forma de lo que va a relatar ni por los
procedimientos narrativos. Si bien estos son importantes, lo que debe
importarle más que nada es tener una rica experiencia vital. Porque, en suma,
la importancia de un escritor reside en la calidad y riqueza de sus
experiencias vitales". Yo creo que el gran novelista de "La Bestia en
la Jungla” tenía mucha razón. La calidad y riqueza de la experiencia vital de
los hombres que he citado excedia largamente su capacidad de trabajo, su
“oficio", aunque -sin duda- lo tenían en grado sumo, y este oficio,
entonces sí, les era útil, porque facilitaba la comunicación de sus
experiencias, la concreción en palabras de ese fenómeno vital que denominamos
poema.
En suma, EXISTEN
LOS POEMAS, pero entendiendo por tales esas misteriosas constelaciones de
palabras (que llegan a nosotros, por ejemplo, en una canción, o en lo que nos
habla de otra persona, o en una página impresa) y que producen en nosotros
reacciones emocionales,“revelaciones” o deslumbramientos, o como quiera que
denominemos esa sensación de haber sido “tocados” por algo que tiene mucho de
indecible y que mal podríamos explicar en otras palabras.
Estos son, sí,
POEMAS, y su carácter esencial, como vemos, es TENER QUE VER CON NUESTRA VIDA,
tener alguna significación para nosotros, aunque, a veces o nunca, sepamos a
ciencia cierta en qué consiste claramente esa significación.
¿De dónde vienen
estos poemas? Aquí entramos en la
Cuarta
(y penúltima) tesis: LOS POEMAS PROCEDEN DE UNA POÉTICA
Esta será la más
abstracta, filosófica y, por lo tanto la más discutible de mis tesis. Ruego,
por ello, se la tome como un ensayo de aproximación a un problema sumamente
complicado.
Si el creador de
un poema no es un poeta en el sentido tradicional de una especie de siempre
disponible “hacedor de poemas”, como eran, por ejemplo, los poetas de Corte que
celebraban los triunfos de los Emperadores en la Antigüedad; si el creador de un
poema no es un poeta, por lo tanto, sino un ser a quien a veces (y hasta puede
ser, una sola vez en su vida), a quien a veces “le ocurre” crear un poema, ¿de
dónde viene, entonces este poema?
No viene de una
estética o una retórica predeterminadas que nos han de decir cuáles son las
condiciones que debe reunir para ser un poema. Viene de un campo mucho más
vasto y misterioso, como lo es el de la experiencia humana en su totalidad,
tanto la experiencia propia como la del contorno inmediato y mediato, presente
y no presente, consciente e inconsciente, voluntaria e involuntaria, en la
soledad y en la relación, etc., etc. Viene del Universo, de la vida y del
hombre y, para mejor, viene implícito en el más misterioso y, tal vez, más
poderoso de sus poderes: el lenguaje, la palabra. Esa palabra que surge y que
concreta, que expresa y que trasmite, pero sobre todo, palabra que ocurre,
que nos ocurre, que nos coloca en determinada situación. Desde que se
comprendió bien a Wittgenstein, se hizo claro que hay un lenguaje “no fáctico”,
un lenguaje que, aun careciendo de sentido “lógico", inteligible, unívoco,
es, sin embargo, significativo o “significante”, como dicen hoy los
estructuralistas. Pero, aparte esto, me parece muy importante la afirmación de
Lacan, cuando dice que, más que significar, un poema implica al lector
en una situación. Ya Wittgenstein había destacado este carácter ritual
del lenguaje, la importancia de los contextos de situación. (Es clásico el
ejemplo: “Yo te bautizo en nombre del Padre, del Hijo, etc." es una
fórmula que, para Wittgenstein, sólo tiene pleno sentido o significado en una
determinada situación.)
Pero a lo que
queremos llegar es a esto: todas estas reflexiones nos llevan a la conclusión
siguiente: un poema es un hecho en la existencia de una persona. Es decir:
antes que la noción idealista e inexistente de un producto literario que una
mirada pura y distante puede consumir sin ser por ello alterada, un poema es
algo que “ocurre” en nuestras vidas (tanto si lo creamos nosotros, en el momento
de concretarlo en palabras, como si lo creamos también nosotros, al recibirlo
en una constelación de palabras a la que damos, o de la que surge, un sentido o
significado que “fulgura" o “nos toca”.) Insisto, porque esto me parece
muy importante: un poema es algo que “nos” ocurre, es un hecho, un
acontecimiento en nuestras vidas, en el que participamos y en el que ellos
participan y, por lo tanto, es capaz de alterarlas. Y bien, sabemos hasta qué
punto un poema puede ser una revelación que, de alguna manera, influirá en el
curso de nuestra existencia. En suma: un poema pertenece al mundo de los
hechos; es algo fáctico, y si tiene que ver con el curso de nuestras vidas,
entonces entra en el campo del “hacer”, en el campo de algo que, en filosofía,
se denomina "ética".
Y aquí llegamos
a nuestra última y
Quinta
tesis: LA POÉTICA ES UNA ÉTICA
No existen ni la
poesía (primera tesis) ni los poetas (segunda tesis) porque -tal vez ahora
podamos comprenderlo mejor- el campo de los poemas verdaderos, como constelaciones
significantes de palabras que operan sobre el curso de nuestras vidas, no es el
de la literatura como institución neutral y neutralizadora, sino el de la vida
concreta e inmediata. Un poema tiene mucho más que ver con el “¿qué debo
hacer?” kantiano que con el placer estético concebido como actividad pura, sin
compromiso con la existencia ni con el tiempo histórico real y concreto.
Un poema es un acto,
como querían los dadaístas, pero no un acto contra la literatura, es decir, un
acto sin palabras, una imposible negación de la palabra, sino un acto que
justamente consiste en palabras. Yo quisiera concluir aquí estas tesis, que
son en todo caso provisional materia de reflexión, y dejar librado a cada uno
el meditar sobre las sugestiones que de ellas pueden desprenderse.
Pero hay algo,
sin embargo, que me parece necesario destacar para dar término a estas
aproximaciones. Y es que, si todo poema verdadero es un “hecho” que influye
sobre la vida (y no sobre “la vida" como vaga generalidad, sino sobre la
vida real de cada uno); si todo poema lleva implícito un hacer,
si es -como escribe maravillosamente René Char- “el amor realizado por el deseo
que ha seguido siendo deseo”; si corresponde por lo tanto a una ética, pero a
una ética cuyas reglas se hallan en continua formación y que, por ende, no
puede ser formulada ni impuesta de antemano; si todo poema es, entonces, el más
cabal y dialéctico “ajuste” del ser humano con su situación histórica (y ello
explica de paso la necesidad constante de nuevos poemas), pero a la vez este
ajuste no se puede producir en el esquema falso y perimido de un contenido y
una forma, de un “tema" y una “expresión”, entonces el poema que toma como
motivo un hecho para explayarse sobre él, el poema que pretende enseñar algo,
celebrar algo, censurar algo, está condenado por principio a la inteligibilidad
unívoca del discurso fáctico, es decir, a la prosa. Expresado de otro modo: no
se puede describir un hecho en un poema, porque el poema es, en sí un hecho.
En un verdadero poema, el hecho es, para parafrasear a Jung, “la sombra” del
poema.
Me parece, hoy
más que nunca, necesario llamar la atención sobre esto, porque en la actualidad
es muy corriente la apelación al compromiso del poeta, entendiendo por
este compromiso la producción de llamados poemas que sólo son desarrollos -bajo
una retórica de signo poético- de temas de índole histórica o social.
Esto no quiere
decir, ni mucho menos, que el poema se desentienda de lo que llamamos “la
realidad”. Si me he expresado bien, se podrá comprender entonces que el poema
es, ante todo, la realidad por excelencia que viene a suscitar, en lo
más profundo y auténtico de nosotros, un imperativo movimiento vital.
El poema no
habla de la realidad: la hace. Y, con ella, nos hace a nosotros,
que a nuestra vez, también la hacemos.
Cuando los
falsos resplandores del prestigio y del privilegio de que aún disfrutan en
ciertos medios la poesía y los poetas, se disipen, para dejar
paso a la sencilla verdad del poema que siempre (“autores” o “lectores”), somos
nosotros quienes creamos; cuando la inocua institución que la literatura hizo
de la poesía para destruir sus extraordinarios poderes de liberación; cuando la
figura histriónica que la sociedad enajenada hizo del poeta, se borre, para
dejar paso a la sencilla verdad del poema que nos ayuda a vivir, que nos sirve
para vivir, entonces habrá tal vez menos poetas en los diccionarios de
biografías, pero habrá, también -y al mismo tiempo- más belleza y amor, más
verdad y comunicación entre los seres humanos. Porque son ellos, los seres
humanos, y no los papeles, los que en definitiva importan.
Buenos Aires,
1975.
RAÚL GUSTAVO AGUIRRE: nació en Buenos Aires en 1927. Se ha dedicado con
paciencia y continuidad a la creación, la difusión, la traducción y la actividad
teórica de la poesía. Dirigió durante diez años (1950-1960) la revista Poesía
Buenos Aires, donde se publicaron los nombres de casi todos los poetas
argentinos básicos, la mayor parte de los extranjeros, y una nutrida selección
de ensayos y declaraciones imprescindibles para una profundización consciente
de lo poético. Es una continua voz de aliento y crítica para los poetas
jóvenes. Ha realizado impecables traducciones de poesía francesa, reunidas en
suculenta selección en la antología publicada por Fausto en 1974. También
tradujo a Henry James y redactó ensayos sobre la literatura contemporánea.
Trabaja en una biblioteca pública. Su obra comprende El tiempo de la rosa,
1945; Cuerpo del horizonte, 1951; La danza nupcial, 1954; Cuaderno
de notas, 1957; Redes y violencias, 1958; Alguna memoria,
1960; Señales de vida, 1962. El ensayo que publicamos fue leído en la
Biblioteca Argentina de Rosario.
(Publicado
originalmente en el lagrimal trifurca, número 14, agosto de
1976.)
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