OLGA OROZCO (1920-1999)
EN EL LABERINTO
Más de veinte mil días avanzando, siempre penosamente,
siempre a contracorriente,
por esta enmarañada fundación donde giran los vientos
y se cruzan en todas direcciones paisajes y paredes
tapiándome la puerta.
No sé si al continuar no retrocedo
o si al hallar un paso no confundo por una bocanada de
niebla mi camino.
Tal vez volver atrás sea como perder dos veces la partida,
a menos que prefiera demorarme castigando las culpas
o aprendiendo a ceñir de una vez para siempre los nudos de
la duda y el adiós,
pero no está en mi ley el escarmiento, la trampa en el
reverso del tapiz,
y tampoco podré nacer de nuevo como la flor cerrada.
Habrá que proseguir desenrollando el mundo, deshaciendo
el ovillo,
para entregar los restos a la tejedora,
comoquiera que sea, en el extremo o en el centro, a la
salida.
He visto varias veces pasar su sombra por algunos ojos,
cubrirlos hasta el fondo;
varias veces graznaron a mi lado sus cuervos.
Perdí de vista fieles paraísos y amores insolubles como las
catedrales.
Encontré quienes fueron mis propios laberintos dentro del
laberinto,
así como presumo que comienza uno más donde se cree que
éste se termina.
Extravié junto a nidos de serpientes mi confuso camino
y me obligó a desviarme más de un brillo de tigres en la
noche entreabierta.
Siempre hay sendas que vuelan y me arrojan en un despeñadero
y otras me decapitan vertiginosamente bajo las últimas
fronteras.
Recuento mis pedazos, recojo mis exiguas pertenencias y
sigo,
no sé si dando vueltas,
si girando en redondo alrededor de la misma prisión,
del mismo asilo, de la misma emboscada, por muchísimo
tiempo,
siempre con una soga tensa contra el cuello o contra los
tobillos.
A ras del suelo no se distingue adónde van las aguas ni la
intención del muro.
Sólo veo fragmentos de meandros que transcurren como
una intriga en piedra,
etapas que parecen las circunvoluciones de una esfinge de
arena,
corredores tortuosos al acecho de la menor incertidumbre,
trozos desparramados de otro mundo que se rompió en pedazos.
Pero desde lo alto, si alguien mira,
si alguien juzga la obra desde el séptimo día,
ha de ver la espesura como el plano de una disciplinada
fortaleza,
un inmenso acertijo donde la geometría dispone
transgresiones y franquicias,
un jardín prodigioso con proverbios para malos y buenos,
un mandala que al final se descifra.
Ignoro aquí quién soy.
Tal vez alguien lo sepa, tal vez tenga un cartel adherido a
la espalda.
Sospecho que soy monstruo y laberinto.
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