JOSÉ CARLOS BECERRA
NO HA SIDO EL RUIDO DE LA
NOCHE
No, no era ese ruido,
era la respiración como una historia de hojas pisadas,
el recuerdo del viento que movía el recuerdo de unos cabellos largos,
el chillido de un pájaro, el animal manchado por su muerte futura.
era la respiración como una historia de hojas pisadas,
el recuerdo del viento que movía el recuerdo de unos cabellos largos,
el chillido de un pájaro, el animal manchado por su muerte futura.
No, no era ese ruido;
al menos no lo era cuando la esperanza levantaba sus cabezas todavía sin cortar,
todavía sin que fueran cabezas,
y se quejaba dulcemente, y fraguaba pequeños arrebatos, exclamaciones líricas,
y una niña secreta hacía de nuestras manos
cosas abandonadas.
al menos no lo era cuando la esperanza levantaba sus cabezas todavía sin cortar,
todavía sin que fueran cabezas,
y se quejaba dulcemente, y fraguaba pequeños arrebatos, exclamaciones líricas,
y una niña secreta hacía de nuestras manos
cosas abandonadas.
Entonces no era el ruido de
la noche,
el crecimiento de la yerba en los ojos dormidos.
el crecimiento de la yerba en los ojos dormidos.
El otoño no descuidaba su
tarea,
las hojas secas comían por última vez en las manos del sol de la tarde;
pero no era el otoño el que movía las alas,
era el rumor de ese pájaro cuyas alas habían crecido tanto
hasta enredarse con el azul del cielo,
y uno ya no sabía si era el pájaro o el cielo el que volaba
oscureciéndonos el rostro.
las hojas secas comían por última vez en las manos del sol de la tarde;
pero no era el otoño el que movía las alas,
era el rumor de ese pájaro cuyas alas habían crecido tanto
hasta enredarse con el azul del cielo,
y uno ya no sabía si era el pájaro o el cielo el que volaba
oscureciéndonos el rostro.
No, no era el esfuerzo con
que el amanecer desarma a los astros,
la noche vestida por la respiración de los que duermen,
o sentada junto a aquellos que buscan en su corazón hasta el alba
sinuosidades y escorpiones de astros
la noche vestida por la respiración de los que duermen,
o sentada junto a aquellos que buscan en su corazón hasta el alba
sinuosidades y escorpiones de astros
Y era también la sangre
abriendo y cerrando puertas,
la tarde que escurría del cielo desmintiendo lo azul,
diciendo sí a lo blanco.
la tarde que escurría del cielo desmintiendo lo azul,
diciendo sí a lo blanco.
El sol retiraba sus urnas
abiertas,
los pájaros metían el pico en el infinito y quedaban insensibles,
la primavera me salpicaba un hombro de polen
y alguien reía con fuerza en los espejos rotos.
los pájaros metían el pico en el infinito y quedaban insensibles,
la primavera me salpicaba un hombro de polen
y alguien reía con fuerza en los espejos rotos.
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