De pibes la llamamos "la vedera" y a ella le gustó que la quisiéramos. En su torno sufrido dibujamos tantas rayuelas.
Después, ya mis compadres, taconeando dimos vuelta manzana con la barra silbando fuerte para que la rubia del almacén saliera con sus lindas trenzas a la ventana.
A mi me tocó un día irme muy lejos pero no me olvidé de las vederas pero no me olvidé de las vederas. Aquí o allá las siento en los tamangos como la fiel caricia de mi tierra. ¡Cuanto andaré por aí hasta que pueda volver a verlas?
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